Al final del verano por fin llegó la cosecha, tiempo de recoger los granos, frutas y frutos que fueron creciendo y madurando a lo largo del estío. La tierra está en su plenitud, todo es quietud en el veranillo de San Martín, calma; ni la revolución de la primavera con su final ardiente en el verano,ni todavía los primeras cuchillas de frío que cortan y separan, contraen y enlentecen. En el ciclo de la vida, con su nacimiento, crecimiento, madurez, declinación y muerte, el final del verano es la madurez, el sosiego, la seguridad, la fortaleza serena, la tierra, la que todo lo sustenta y lo comunica.
Poco a poco se van marchitando las plantas y las hojas de los árboles caen al suelo, donde se descompondrán para así nutrirlo y preparlo para comenzar un nuevo ciclo de regeneración y vida. La muerte, da paso a la vida, todo es un ciclo continuo en la naturaleza, las dos caras de la misma moneda, los complementarios, el yin y el yang orientales. La savia de los árboles se recoge hacia el interior en los troncos y las raices, los animales preparan sus refugios al abrigo de las inclemencias del cercano invierno. Los días se acortan y la noche se enseñorea. El aire se enfría y contrae. Es tiempo de replegarse hacia dentro, de reflexión, de despojarnos de lo que nos sobra
Disfrutemos los ocres, pardos, amarillos, los colores del otoño. Saboreemos los alimentos que la madre naturaleza,la Pachamama, en su sabiduría nos ofrece ahora más cargados de energía, más calóricos, es el tiempo de los frutos secos, de nueces y castañas. Pronto llegarán las matanzas y los embutidos, las carnes y los asados, los licores y los dulces navideños.