Una de las principales características de la cultura íbera es el desarrollo de espacios destinados a la deposición de los difuntos, conformando unas necrópolis que se suman al poblado como elemento formador del paisaje y lugar de alto valor simbólico y social.

Uno de los mejores ejemplos de necrópolis íbera se encuentra en el Cabecico del Tesoro, situado en las inmediaciones del Convento de Santa Catalina del Monte y de la ermita de San Antonio el Pobre, y parte esencial del complejo arqueológico del Verdolay.

El profesor Mergelina fue el abanderado de las prospecciones que se llevaron a cabo en esta necrópolis, sacando a la luz incineraciones con ricos ajuares funerarios y restos escultóricos de gran importancia. Estos hallazgos situaron al Cabecico del Tesoro como una de las principales estaciones íberas del sureste y levante peninsular.

La cronología global del asentamiento comprende entre finales del siglo V a.C y los primeros años delo siglo I a.C, y se piensa que pudo ser destruido en el año 237, cuando el ejército de Aníbal se extendía por esta región.

La mayor riqueza de elementos escultóricos y decorativos corresponde al primer momento del yacimiento. Se trata de sepulturas con elementos griegos que aparecieron en un nivel más bajo. Al segundo momento deben pertenecer las sepulturas cuyos vasos tiene decoración floral tipo Elche-Archena, más superficiales. En ellas se ven elementos decorativos y escultóricos entibando las urnas cinerarias y objetos púnicos en su ajuar.