La realidad económica que explica la reiteración de afirmaciones del tipo «por quanto la seda es el principal caudal desta tierra», «el sustento, conservación y población de la dicha cibdad de Murçia consiste y estriba solo en la cria de la seda9», que ya había dado el origen de un comercio cada vez más activo, no impulsó una industria a la altura de la gran cantidad de seda que se hilaba y trasegaba en el Contraste de la seda.

En Murcia es a partir del siglo XVI cuando se afianza la tendencia hacia la conformación de los gremios con la concesión de Ordenanzas, confiriéndoles una estructura institucional con los que se intenta controlar el trabajo y la producción, en lo que le doctor Rodríguez Gonzálvez ha llamado la «alian za entre las corporaciones de artesanos y el poder político10».

En este siglo XVI van a obtener sus definitivas Ordenanzas tres de los grandes gremios de la seda, los tejedores (1506 y 1537), los corredores (1551), y los torcedores (1590), mientras que los tintoreros lo obtendrán en el siglo XVII (1628).

Con ellos el Concejo intenta tener el control de toda la actividad sedera, la producción, los continuados fraudes «que se experimentan en la extrazion clandestina de la seda» y el antagonismo entre el productor-huertano criador de seda y los artesanos que la manipulan, sobre todo tejedores.

En cuanto a la producción, desde muy pronto se exige a que toda la seda se venda en el Contraste, bajo la supervisión de los corredores de la seda, no sólo para controlarla, a efectos de alcabalas, sino para evitar todo tipo de abusos de las asociaciones de comerciantes. La ordenanza de que «toda la seda se pese en el Contraste» es seguramente la más reiterada entre los siglos XVI a XVIII, lo que significa que será uno de los sempiternos problemas nunca definitivamente resuelto. De hecho, en el año 1738 una serie de expertos, por encargo de la Real Junta de Comercio y Moneda, calculó la producción de seda en la huerta murciana, y todos, desde diversos parámetros, concluyeron en que ésta estaba entre los 92.000 a 96.000 kg anuales.

En ese mismo año en el Contraste se pesó un total de 36.288,455 kg. Se defraudaba casi dos terceras partes de lo producido.

Muy unido a lo anterior encontramos los constantes autos y pragmáticas sobre «estraperlo de la seda». Especialmente en el siglo XVIII por los ministros de Felipe V, Fernando VI y Carlos III, como el auto de Ensenada (1744) en «precaución para evitar la extracción clandestina de la seda de los Reynos de Valencia y Murcia». Es un axioma que una prohibición repetida es señal de su no cumplimiento. Si, como parece deducirse de los datos constatados, en el Contraste sólo se pesaba y declaraba una tercera parte de la producción, es obvio que se sacaba fraudulentamente dos terceras partes de la producción.

Aunque quizás la contradicción más fuerte del modelo de economía que se impone en Murcia a partir de finales del siglo XV, estriba en el hecho de basarse en el comercio de la seda, una materia prima de uso industrial, y el que ese mismo producto tenía prohibida su extracción, como queda reflejada en la Pragmática de 1552 de Carlos I («No se saque de estos reinos por mar, ni por tierra, a otros, seda floxa, ni torcida ni tejida11»), siguiendo la línea marcada por los Reyes Católicos. Esta dicotomía continuó a lo largo del siglo XVII y buena parte del XVIII, aunque como dijo el súbdito español de origen italiano, Struzzi, «decir prohíbanse las mercaderías es cosa fácil, más las ejecuciones son muy dificultosas12» dado que, aparte de la presencia del contrabando, a estas cédulas prohibitorias se redactaban otras de gracia en la que se concedían diversos privilegios a compañías extranjeras.

Además, estos altos beneficios que se obtenían de la venta de la seda en bruto, beneficiaban a la oligarquía terrateniente de los grandes propietarios, como muy bien señalan los huertanos en su Manifiesto del año 1737: «Que la maior parte de los labradores tienen las tierras que cultivan arrendadas, y los dueños (que son las comunidades eclesiasticas, combentos de religiosos y religiosas, hospitales y otras obras pias, grandes, titulos, nobles ciudadanos y otros) no cobran con puntualidad sus arriendos si la cosecha de la seda falta…». Algunos de estos nobles, como por ejemplo Alonso Vozmediano de Arróniz, en su señorío de La Ñora, prohibían a sus colonos el que tuvieran moreras para que fuera forzoso el tener que comprarles a ellos la hoja.

Sin duda este claro desinterés de la oligarquía por invertir en proyectos fabriles, hizo que, a diferencia de la producción de seda, la actividad industrial sedera en Murcia fuera muy escasa y deficiente.

En el siglo XVIII, momento álgido de la industria, el número de tornos para torcer seda osciló entre los 50 a 60, similar al número de maestros torcedores, aunque la Junta sobre la matrícula del arte de la seda de 1749, reduce a 20 el número de maestros que trabajan la mayor parte del año. Los demás «aunque tienen sus tornos trabajan alguna parte del año quando les dan que torcer13»En 1782 son los propios torcedores quienes señalan que sólo quedaban 33  maestros.

 

El caso de los tejedores es similar. En 1731 el corregidor comprueba que de los 152 telares existentes, sólo 58 estaban en uso. Un año antes, los mismos tejedores manifiestan que de «sesenta y más maestros, los más de ellos, pobres míseros, que no pueden trabajar si no es a jornal, excepto siete u ocho que tienen algún posible para gobernar sus telares14»

A finales de siglo (1794) tenemos la matrícula individual de todos los maestros, oficiales, aprendices y telares, según la cual el total de telares ha quedado reducido a 138; 60 maestros, 71 oficiales y 26 aprendices. De estos 60 maestros, 17 tienen un solo telar y en su mayoría trabajan solos, sin ayuda de oficiales y aprendices. Y finalmente, el gremio de tintoreros oscila entre los 20 de 1742 a los 32 de 1771, y es de reseñar que la Junta para la matrícula del arte de la seda de 1749, de la que ya hemos hablado, encuentran sólo a 10 los que están la mayor parte del año ocupados en el tinte.

En cuanto a su posición socio-económica nos centraremos sólo en su residencia dentro de los barrios urbanos, dado que sólo un par de tejedores vivían en la huerta, en Belchí, ambos en paro, uno por edad (82 años) y otro calificado de pobre, sin un telar. Los sederos murcianos no estaban obligados a residir en una calle o barrio.

En general, la mayor parte de los maestros (112) vivían en barrios periféricos, como San Antolín, San Andrés, San Miguel y San Juan, y sólo 25 lo hacían en los más centrales y «aristocráticos », Santa María, San Bartolomé, San Nicolás, y Santa Catalina. El de San Miguel era, por la presencia de la acequia mayor, el barrio de los tintoreros, dado que de los 22 artesanos residentes (19 maestros y 3 oficiales), 21 eran tintoreros.

Conocemos a los maestros más ricos y poderosos, como los tejedores Manuel de la Paz y don Miguel Luna, que tenían cinco telares cada uno, Ramón García y Juan Peralta, con seis telares y tres/dos oficiales, y José Mondéjar, con siete telares, seis oficiales y dos aprendices. Entre los torcedores de seda destaca don José López Belmonte, que comercia con seda (en 1750, por ejemplo, realiza en el Contraste la mayor compra de ese año, casi 7.000 libras de seda joyante, de más calidad, y 624 de la redonda), o el clan familiar de los Serrano, torcedores, que vemos invirtiendo grandes cantidades en la compra de seda y dirigiendo el gremio, y el de los Balibrera, los Rojos, y otras familias oligárquicas que controlan al gremio e invierten en el comercio sedero.

 


 

(9) 1628. Juan Marín de Baldés alguacil mayor del Santo Oficio.

(10) Rodrígu11 Novisima Recopilación. Ley L., Tít. XVIII, Lib. VI.

(11) Novisima Recopilación. Ley L., Tít. XVIII, Lib. VI.

(12) Struzzi, 1624.

(13) Matrícula del arte de la seda, 1749. AMM, leg. 3914.ez, 2011, p. 48.

(14) AMM., leg. 3927.