Concluído el barroco los presupuestos estéticos que se van a imponer son los que la historiografía ha dado en llamar neoclásicos. El Neoclasicismo no es más que una vuelta a los cánones clásicos, que en realidad nunca desaparecieron, y a una estética que quiere tomar de la época clásica antigua los modelos y hasta los detalles nimios, como el mobiliario. Desde las túnicas a los triclinios, desde los capiteles jónicos y corintios hasta la vestimenta de los temas mitológicos, ese fue el fuerte influjo del neoclasicismo. Las campañas arqueológicas, como las del mismo rey español Carlos III, o los descubrimientos en época napoleónica, tuvieron una alta influencia en la estética pictórica del momento, como en la moda misma o la arquitectura.
El avance de la ciencia, las filosofías racionalistas, la ilustración, la progresiva secularización, los nuevos movimientos políticos, todo esto fue también decisivo para que el arte bebiera de “nuevas” fuentes, abandonara los temas religiosos poco a poco ante la demanda de encargos más profanos. Un taller de pintura pasaba a ser tmabién un estudio de pintura, el pintor un artista reconocido cuya firma suponía un marchamo de prestigio. La burguesía, cada vez más presente en la sociedad, pasaba a ser el nuevo e influyente patrón del artista.
Tras esa aparente vuelta a lo clásico surgió un poco después un nuevo movimiento, el romántico. El Romanticismo, propio también de la literatura y de la música, de la escultura y de las artes suntuarias y ornamentales, cada vez más populares y accesibles, enfrenta al artista a nuevos conceptos. Durante el Romanticismo la religión ya no comanda el destino del ser humano, la filosofía, como en la antigüedad, es la base intelectual de sus principios, la naturaleza gana terreno en la temática artística porque la ciencia influye a la hora de establecer una nueva relación con la misma.
En el caso del arte murciano la Sociedad Económica de Amigos del País tuvo un especial protagonismo como mecenas durante la centuria del XIX, becando y apoyando a artistas locales que mostraban cualidades e interés por seguir una carrera artística. Fueron muchos los pintores becados por esta institución durante su existencia.
El caravaqueño Rafael Tegeo fue uno de los pintores becados por la Sociedad, habiendo empezado de la manera más clásica, como aprendiz en el estudio de Baglietto en Murcia. Posteriormente, ya en 1818, se graduaría en Madrid y volvería de Roma en 1827 para residir en la corte durante una larga temporada. El patrocinio de la corte seguía siendo una excelente forma de encontrar encargos y contactos para poder establecerse como pintor.
Tegeo mostraría una especial dedicación a la retratística, especialidad complicada pero muy demandada por la sociedad burguesa que seguía mostrando interés en equipararse a la nobleza, tradicionalmente clase social muy dedicada a encargar retratos y escenas votivas en las que perpetuarse. Su nombre, gracias a esta habilidad, pronto se haría un hueco importante en la sociedad del momento. El retrato de Tegeo oscila entre los retratos ornamentados, con fondos de paisaje o interiores y los retratos de fondo neutro, que no eran una novedad en la pintura pero que se impondrían como “más modernos” con el paso del tiempo.
Como hemos señalado el neoclasicismo y el siglo XIX fueron devotos de la recreación de escenas de la antigüedad clásica, difícilmente los pintores del momento podían escapar a ciertos requerimientos de estilo y moda. Entre las obras de Tegeo destacan algunos cuadros de clara tendencia neoclásica, con la escenificación de escenas mitológicas o bíblicas, como en La curación de Tobías o los dedicados a escenas de la Guerra de Troya u otros episodios homéricos. Se trata de obras que siguen las tendencias del Neoclasicismo europeo que ve en los historicismos y la mitología los argumentos ideales para la recreación de una pintura que traduce los débitos clásicos en los paisajes y arquitecturas de los restos arqueológicos. Algunas de estas obras fueron realizadas en Roma y muchas de ellas serían enviadas a la Academia de San Fernando.
El mazarronero Domingo Valdivieso Henarejos se establecería en 1848 en Madrid, pero no en un principio para evolucionar como pintor sino para trabajar como funcionario en la Administración. Su ingreso en la Academia de San Fernando se entiende como un hecho en principio casual y para matar el tiempo pero sus aptitudes e interés lo convirtieron pronto en un buen alumno. Con 23 años era un muy buen litografista y tras estar pensionado en Roma y París se convirtió en profesor de la Academia. Una carrera totalmente al servicio de lo académico y es que no hay que olvidar que con academias como esta el arte se ordenó hasta tal punto que es frecuente el término “academicista” para designar al artista o arquitecto apegado a normas y principios que se imponen al estudiante, porque aún estamos lejos del artista bohemio que logra imponer su propia estética.
Valdivieso es un pintor romántico, ya alejado de los tipos neoclásicos, gusta de los fondos oscuros y de la iluminación de la escena principal. Es correcto, su utilización del dibujo es algo importante en su composición. En ejemplos tan populares como el Cristo yacente y la Magdalena penitente, crea una atmósfera particular aunque sin salirse de las tendencias estéticas del momento.
Hay pintores que pasan algo desapercibidos, quizá porque su vida profesional se aleja de su entorno o porque artísticamente optan por un estilo más cercano a las peticiones de sus patronos. Luis Ruipérez Bolt se dedicó principalmente a la pintura historicista, una temática siempre presente pero que desde el clasicismo se había acercado a los temas de un modo más práctico, con la reproducción de los ropajes de época o del mobiliario. Pero el Romanticimo hizo del tema historicista algo muy concreto. Bolt trabajó sobre todo para un mecenas inglés, por eso no es de extrañar que en el MUBAM uno de los cuadros sea una escena dedicada a los malogrados sobrinos de Ricardo III de Inglaterra. Bolt murió muy joven y quizá esto contribuyó también a ser un pintor algo olvidado por la crítica y la historia.
Además de Neoclasicismo y Romanticismo la historia de la pintura nos ofrece movimientos como el Prerrafaelismo o el de los pintores nazarenos, una pintura que se va acercando poco a poco al futuro despegue de los estilos libres y movimientos contemporáneos, aunque ya alejados en el tiempo para nuestra época. Son derivas que caminan cronológicamente con los movimientos estéticos principales pero que eluden lo que se puede considerar exceso de intelectualidad en el arte, para estos movimientos el arte tiene algo de sagrado.
Germán Hernández Amores es uno de los pintores murcianos que más se acercó a los prerrafaelitas y, especialmente, a los nazarenos. Un pintor de vanguardia que no dudó en formarse con sus contemporáneos. En su famoso La barca o en La Magdalena a la puerta del sepulcro Amores muestra claramente su dedicación a la pintura amable de los nazarenos, aunque con temática religiosa; se convierte así en un caso paradigmático dentro incluso de la historia de la pintura española, no demasiado aficionada a ser cercana a las vanguardias del momento.