El desarrollo de la pintura barroca en Murcia, entre los siglos XVII y XVIII fue paralelo a la abundancia de obras arquitectónicas y escultóricas. La ornamentación de templos, ermitas, monasterios, edificios civiles, obras para particulares etc. La demanda dio posibilidad al surgimiento de pintores que intentaban satisfacer encargos y en alguna ocasión de tal envergadura que obras de algunos artistas murcianos del barroco, como Orrente, están expuestas fuera de España.
En un principio, como ya pasara durante el Renacimiento, la mayor parte de los pintores, de los que abunda la documentación como en siglos anteriores, se dedicaban a la artesanía del retablo. Pero surgen nombres con obras que se apartan del sempiterno tema devocional, como es el caso de Juan de Toledo. De Toledo es la Batalla de Lepanto, sita en la iglesia murciana de Santo Domingo. Se trata de una obra de carácter épico donde se concentran varios elementos, el fragor de la misma batalla, la intervención mariana a través de la representación de la Virgen del Rosario y protagonistas históricos como San Pío V, el rey Felipe II y don Juan de Austria. Una obra abigarrada, muy propia de las escenas bélicas.
El pintor Pedro Orrente sería una de las figuras más destacadas del primer barroco murciano, pintor que haría en Toledo sus primeros estudios y trabajos profesionales y donde afianzó sus relaciones con la corte y el mundo artístico del momento. Especialmente fructífera para sus relaciones y proyectos sería su estancia en la corte madrileña, donde trabaría relación con personajes tan influyentes como el mismísimo Conde-Duque de Olivares, Privado de Felipe IV.
Pero lo que supuso un impulso para su obra desde el punto de vista artístico fue su viaje a Italia. La importancia de la obra de Orrente reside, sobre todo, en la introducción de ciertos elementos propios de la pintura italiana y, particularmente, en la herencia del detallismo y costumbrismo de las obras de Jacopo Bassano, no en vano Orrente sería conocido como el Bassano español. Como prueba de la buena estima artística que le tenían sus contemporáneos están los numerosos encargos que realizó en ciudades como Toledo, Cuenca o Valencia.
A pesar de las obras perdidas, muchas de ellas durante las desamortizaciones del XIX, podemos afirmar que el pleno barroco daría pintores locales de gran prestigio, hondamente estudiados por los especialistas y cuyo catálogo de obras es amplio y está repartido por parte de la Región e incluso fuera de ella. Nombres como los de Nicolás Villacís, los hermanos Gilarte o Lorenzo Suárez.
De Nicolás Villacis quedan rastros de la decoración de la Capilla Mayor del Convento de la Trinidad, muestras que aún se pueden apreciar en el Museo de Bellas Artes. Queda claro que el ilusionismo pictórico del barroco italiano dejó huella en Villacis pues estos fragmentos nos dejan buena prueba de ello. Cortona y Lanfranco son nombres italianos que se divisan en el estilo de Villacis.
Como es natural en la época y dado que los pintores aún trabajan en talleres y no tanto en estudios, es habitual ver, también en el barroco, talleres familiares de pintores que cubrirían la especial demanda decorativa de estos siglos. La pintura, progresivamente, pasa a ser un arte bien considerado ya que durante los siglos medievales y el primer Renacimiento un pintor ni siquiera era tan estimado como un maestro tejedor de tapices, mucho más caros y apreciados que las pinturas, fueran murales o de caballete.
En Murcia se oirá hablar de los Gilarte o los Vila. Los Gilarte eran de origen valenciano, Francisco y Mateo se establecieron en Murcia y aquí trabajaron en los numerosos encargos que recibieron en su taller. Los dos hermanos se formaron junto a otros colegas con maestros como Orrente. La obra de los Gilarte llegó a una etapa de inflexión en torno a 1656, momento en el que se aprecia un cambio muy bien definido en las composiciones y estilo de los pintores. Se atribuye este cambio de estilo a la estancia de los hermanos en Toledo alrededor de esta época.
La obra más referida de los hermanos Gilarte es la decoración de la Capilla del Rosario en Murcia, a la que iba destinada la mencionada obra de Juan de Toledo dedicada a la Batalla de Lepanto. Se trata de un despliegue iconográfico intenso, lleno de temas evangélicos pero también de referencias a donantes y a la familia imperial de los Austria. Lamentablemente el ciclo quedó oculto con retablos posteriores y quedó muy dañado durante la Guerra Civil. De Mateo Gilarte destaca por ejemplo uno de los cuadros expuestos en el MUBAM, El Buen Pastor, un tema iconográfico muy conocido pero no abundante en las artes plásticas.
Senén y Lorenzo Vila fueron los pintores más destacados del último barroco murciano. Senén Vila aunó en su obra el influjo de Orrente y Gilarte, dando al dibujo especial importancia en su obra pictórica. Sus obras fueron principalmente religiosas teniendo en la retablística sus principales aportes. La serie de la capilla de la Arrixaca dedicada a la vida de San José es una de sus piezas más importantes ya que se trata de todo un ciclo encargado por la adinerada familia Lamas. Senén Vila es uno de los nombres más mencionados y seguidos del barroco murciano, en el Museo de Bellas Artes se guardan obras tan valiosas y peculiares por su trazas como Camino de Emaús donde podemos ver similitudes estéticas e iconográficas en cuadros tan diferentes como la obra de Jacopo Bassano, la de Orsi o la de Jan Wildens.
El final del barroco viviría una nueva visión de la pintura decorativa pero también ciertos cambios que afectarían a los conceptos decorativos, principalmente, de los templos. Los retablos eran en ocasiones una fuente de problemas puesto que la madera y el fuego de las velas tendían a causar, de vez en cuando, incendios. Se crearon pues normativas que frenaron esa pequeña industria del retablo que en Murcia había sido tan intensa y productiva. La alternativa sería la pintura. Si ya las arquitecturas pintadas encuadraban anteriormente escenas en lienzos y tablas ahora recrearían otras de mayor magnitud.
Además de las consideraciones puntuales y de los accidentes y normativas se requerían nuevas formas decorativas. Esto coincide además con la difusión, ya en el XVI, de los trampantojos o quadratturas especialmente a través de la escuela de Bologna. Artistas como Colonia, Mitelli o Dentone las llevaron a la práctica con gran maestría. Como ya dijimos la pintura iba sustituyendo con los siglos a otras formas de ornamentación espacial. José Rebolloso Jiménez, por ejemplo, pintaría el antecamarín y la escalera Totta Pulchra del cenobio franciscano de la Virgen de las Huertas.
Son los años de dos pintores italianos muy conocidos en Murcia: Pedemonte y Sistori. Del primero se conserva pintura de caballete como el retrato del Cardenal Belluga y fue el encargado de realizar el programa decorativo de la fachada del palacio episcopal. Pablo de Sistori por su parte, entre 1779 y 1781, realizó los retablos fingidos que decoran el gran retablo del Altar Mayor y varios altares de la Iglesia de Santa Eulalia. Pero esta obra del milanés Sistorí no es pintura mural sino lienzo pegado al muro.