Al contrario de lo que ocurriera con la pintura, la escultura del primer barroco en Murcia no tendría gran relevancia e iría destinada básicamente a la decoración de retablos de templos y a imágenes de bulto redondo para el culto y veneración. Murcia no contaba con muchos escultores propios y en ocasiones eran requeridos los servicios de profesionales de otras regiones.
La relación con artistas granadinos fue acusada ya a finales del siglo XVI, los nombres de Alonso Cano y Pedro de Mena quedan vinculados a Murcia a través de obras como una Inmaculada o un San José y San Antonio sitas en la parroquial de San Nicolás de Bari en Murcia.
El Museo Catedralicio guarda obras de Juan Sánchez Cordobés, los bustos de San Pedro y San Pablo, un escultor relacionado con el taller de Mena. Cordobés realizó obras para distintos puntos de la región como Mula, Alcantarilla y Lorca. La obra de Cordobés posee la amabilidad de las escuelas granadinas, aún deudoras del Renacimiento, algo toscas en ejecución y alejadas de lo que Murcia considerará más tarde la gran escultura del barroco.
La escultura del XVI en Murcia está muy relacionada con los retablos, oportunidad de despliegue iconográfico y arquitectónico en soporte madera que constituiría en sí mismo toda una industria en Murcia. La talla de la madera, su dorado y pintura, necesitaba, además de escultores, de buenos y hábiles artesanos.
En 1688 se establece en Murcia el escultor Nicolás de Bussy donde realizará la conocida obra del Cristo de la Sangre, de la parroquial del Carmen, obra de singular iconografía en la que un Cristo crucificado parece andar mientras un ángel recoge en una copa su Preciosa Sangre.
No son muchas las obras conservadas de Bussy, en ocasiones solo figuras aisladas y en otras noticias de encargos, además de la labor de tracista de retablos que se le reconoce. Pese a esta carencia de obras la labor de Bussy fue muy importante pues marcó un antes y un después en la escultura barroca murciana, hasta el momento escasa y poco significativa. La obra de Bussy, hombre muy religioso que acabaría sus días como monje, se mantenía entre los conceptos contrareformistas y los nuevos planteamientos en los que el canon clásico se imponía en lo barroco.
Nicolás Salzillo llegaría a Murcia proveniente de Nápoles, lugar en el que podría haber trabajado en el taller de Perrone, donde pudo crecer artísticamente entre esculturas menudas y amables de policromía muy viva entre las que destacaban los belenes. Llegado a Murcia, Salzillo padre conoció a Bussy y comenzó a presentar sus obras en algunos concursos y requerimientos de Cofradías Pasionarias.
La obra de Nicolás Salzillo enseña una pequeña evolución quizá condicionada por sus proyectos en piedra para la Ex Colegiata de San Patricio y la posible influencia del marsellés Antonio Dupar. Efectivamente, los trabajos de este Salzillo están alejados de una calidad técnica depurada, en ocasiones el soporte lígneo se deja entrever con cierta tosquedad. Al fallecer en 1727 dejaría a su hijo Francisco su legado técnico y el obrador familiar que llegaría a constituirse en el taller de escultura barroca más insigne de Murcia y uno de los más relevantes de la Península.
A Murcia habría llegado en 1717 Antonio Dupar, formado en las escuelas de Puget y Parodi. Dupar daría a la escultura murciana unos principios que posteriormente se engrandecerían y afianzarían. Aunque son pocas las obras de Dupar conservadas, en piezas como el Ángel, que se custodia en la iglesia de San Andrés de Murcia, podemos ya advertir la escultura de planos amplios, la gracilidad de los movimientos, traducción en muchos casos del espíritu de la pintura barroca, y la viveza de las policromías.
La amabilidad de la obra de Dupar nos ayuda a entender al escultor murciano por antonomasia. Francisco Salzillo es la figura barroca más atrayente de la historia del arte en Murcia. La capacidad técnica de Salzillo en la talla de la madera es absoluta, su dominio del soporte, el estucado y las técnicas de policromía y dorado son indiscutibles. El escultor agregó a toda su capacidad técnica, asimilada en el taller familiar por sus componentes, la creación de una escultura que convirtió a la imaginería religiosa tradicional en todo un espectáculo de los sentidos.
Las fuentes de Salzillo son varias, por una parte la utilización de los cánones clásicos y quizá modelos renacentistas, que aportan esa belleza formal que tanto agrada a quien ve sus figuras. Al realismo de las proporciones se suma un magistral empleo de la policromía en las carnaciones y un despliegue decorativo en las estofas realmente llamativo. Salzillo creó tipologías en su escultura que serían imitadas en siglos posteriores.
El catálogo de la obra de Salzillo es amplísimo, su obra se propaga por parroquias murcianas y algunas parroquiales de Albacete, Orihuela o Jaén. Sería difícil señalar una obra como cumbre pero sin duda los pasos procesionales son quizá las piezas más recordadas, junto al Belén. Las escenas de la pasión de Cristo son recreaciones dramáticas de una intensidad difícil de hallar en la imaginería anterior a Salzillo y más propias de labores escultóricas tradicionales de los grandes nombres de la historia de la escultura. La recreación del movimiento en las obras salzillescas es único, difícil de imitar y recrear en madera, siendo quizá el aspecto más reseñable de su obra junto a las perfecciones técnicas anteriormente mencionadas.
En 1783 muere el gran escultor, y su legado queda impreso en la memoria artística de Murcia de tal manera que será difícil entender la imaginería a partir de entonces sin la creación de modelos salzillescos. De entre los discípulos más conocidos de Salzillo nos encontramos a Roque López, natural de la pedanía murciana de Era Alta, que dejó un legado artístico que prolongó los valores de la imaginería de su maestro, en obras como la Santa Cecilia del convento de las Agustinas de Murcia, un buen número de figuras del Belén de Salzillo, el Beato André Hibernón de la catedral o el Resucitado de Lorca.
Sacra Cantero Mancebo