El siglo XVIII es el momento de mayor número de construcciones, tanto en la ciudad de Murcia como en los distintos municipios de la Región. En la ciudad capitalina, además de los mencionados anteriormente, podemos reseñar la Iglesia de Jesús, comenzada a construir en 1600 y la de San Juan de Dios, dos ejemplos de plantas centralizadas con unos desarrollos al exterior en el que destacan sus portadas, muy distintas entre sí, algo que nos puede dar una idea del aparente patrón de las iglesias barrocas, patrón que desaparece en sus órdenes compositivos de portadas.
Otro contraste acusado de fachadas es el de las iglesias de Santa Eulalia y Nuestra Señora del Carmen, ambas de planta de cruz latina y finalizadas en torno a 1766 y 1767. Santa Eulalia optó por una portada de frontón partido con curvatura, ejecutando remates también curvos mientras que El Carmen desarrolló dos torres al exterior flanqueando una portada más clásica de pilastras y hornacinas, a la manera del XVII.
La Iglesia de Santo Domingo, la del Salvador del Convento de Verónicas, la de San Andrés, etc. todas se ejecutaron con disposiciones de planta similares pero con portadas que se abrían a las distintas posibilidades de desarrollo de elementos estructurales y decorativos. Debemos tener en cuenta que entre 1737 y 1751 se construyó la fachada principal de la Iglesia Catedral y su imafronte, con un diseño original (que, en principio, llegó para resolver graves problemas estructurales) propuso unos conceptos de diseño más próximos a las vanguardias barrocas del resto de países europeos, especialmente Italia.
Los pueblos de Murcia que vieron sus iglesias reedificadas o replanteadas durante los años barrocos no vivieron este desarrollo de los conceptos arquitectónicos de igual manera que en la ciudad capitalina. La planta de cruz latina sería el modelo básico, pero sus portadas, fachadas, torres y cúpulas marcarían la diferencia al exterior, especialmente los campanarios. Iglesias como San Bartolomé de Beniel, San José de Abanilla, la Asunción de Cieza o Nuestra Señora del Rosario en Bullas, son iglesias barrocas del XVIII con propuestas muy similares, con portadas muy sencillas y clásicas, con pocos recursos del barroco más innovador. Los campanarios, algunos reedificados en siglos posteriores, pasan a ser el elemento de distinción, optando muchas veces por las plantas poligonales.
Además de iglesias, el barroco murciano fue productor eminente de ermitas. Muchos de los eremitorios de la Región fueron edificados en los siglos del barroco si bien el origen de los mismos se podía remontar a épocas medievales y modernas. El conjunto de la Ermita del Calvario de Lorca, la de Nuestra Señora de de los Dolores en La Ñora, la de la Virgen de las Huertas en Totana, la de la Encarnación en Caravaca, la de la Virgen de la Peña en Cehegín, la de La Majada en Mazarrón, todas ellas y algunas otras son buenos ejemplos de la proliferación de eremitorios durante el barroco. En torno a las ermitas se concentraba de una manera especialmente relevante la piedad popular, algo que la Iglesia Católica necesitaba fomentar. En algunos casos las ermitas concentraban cultos centenarios en parajes donde la institución eclesiástica no había llegado con sus grandes construcciones parroquiales. La prosperidad económica de la Murcia barroca ayudó a mantener y construir los eremitorios.
Sacra Cantero Mancebo