Tras la regresión urbana en los siglos IV y V de nuestra era, el afianzamiento del poder visigodo trajo consigo un nuevo periodo de bonanza. Ese equilibrio en el territorio peninsular queda fracturado por la irrupción del Imperio Bizantino en una amplia franja litoral. La construcción de la segunda muralla, que protege una amplia extensión, debe estar vinculada con el conflicto sostenido entre el poder hispanovisigo y el bizantino, que culminaría con la destrucción de Cartagena por parte de los primeros.
Uno de los períodos de mayor esplendor de Begastri se corresponde con el período visigodo, quizás ello se deba al papel de esta ciudad como cabeza de puente frente a Bizancio. La ampliación de la fortificación de la ciudad, se manifiesta en la construcción del gran muro que recorre la ladera del cerro de Norte a Sur. Este segundo recinto defensivo fue levantado con sillarejos y mortero de cal. El grosor no es mayor de un metro y conserva una altura de más de tres metros. La parte de la ciudad media se fortificó en el siglo VI d.C. Este siglo fue importante en la vida de la ciudad, porque al final de mismo, Begastri ya se nos muestra como sede episcopal. Sus obispos van a acudir durante el siglo VII a todos los concilios de Toledo y se va a convertir así en una ciudad fortificada de gran relieve e importancia en la historia de la región murciana.
Segunda muralla
La segunda línea de muralla fue construida para encerrar y proteger un amplio sector de la ciudad media, que abarca toda la ladera Oeste del cabezo, la mitad Norte y algo más de la mitad meridional. Su cronología es posterior a la construcción de la fortificación de la acrópolis, ya que la datación que los investigadores de Begastri barajan es el siglo VI de nuestra era. La segunda línea de fortificación está formada por un muro de un grosor de 1,10 m, que arranca aproximadamente a la mitad de la cara Norte de la primera muralla. Precisamente, en este sector donde conectan las cortinas se han hallado indicios de la existencia de algún baluarte, con el que se trataría de proteger el ángulo muerto creado en este sector.
El primer tramo de esta muralla se prolonga a lo largo de 25,92 metros y en su trazado rectilíneo desciende unos 10 metros por la pendiente de la ladera en dirección Sur-Norte. Una vez alcanzada la curva de nivel 532,50 m.s.n.m. quiebra hacia el Oeste en ángulo de 90 grados, se configura así un segundo tramo que recorre unos 65,48 metros en paralelo a la primera muralla. Seguidamente vuelve a quebrar en un tercer tramo, cuyo trazado procura abrazar este sector medio de la ciudad en su esquina Noroeste.
El desarrollo de la ciudad episcopal trajo consigo una concentración de la población y una ampliación de los barrios residenciales. Probablemente fue en ese momento cuando los ciudadanos de Begastri tomaron la decisión de unir los dos recintos que en principio eran independientes y estaban separados. Con los datos extraídos en las excavaciones arqueológicas, al parecer los habitantes begastrenses se conformaron con abrir un hueco en la muralla, sin grandes alardes técnicos, al menos ésta es la impresión que se obtiene al ver la abertura recientemente documentada. Probablemente supondrían que una comunicación así no merecía el nombre de puerta, sino que era una calle más y, sin duda, confiaban que los habitantes de la parte baja eran suficiente garantía para que la defensa de la acrópolis no se viera como un problema ni lo fuera realmente.
La existencia de esta segunda muralla, probablemente, marca el límite aproximado que siempre tuvo el asentamiento urbano de Begastri en todas las épocas históricas en que fue habitado. Fuera de esta muralla y en el bancal llano se ha detectado la existencia de fenómenos claramente periurbanos, anteriores a la construcción de la propia muralla, lo que parece indicar que este sector (al menos al Norte) nunca fue residencial. En concreto se ha documentado una necrópolis de primera época clásica imperial romana; y que la parte interior antes había sido el lugar en el que se ubicaba la zona industrial de la ciudad ibérica y de primera época romana.
Una ciudad blanca
Tanto los viajeros y comerciantes en tiempos de paz, como los enemigos y saqueadores en tiempos de guerra, cuando merodeaban por los alrededores de Begastri tuvieron que percibirla como una ciudad de apariencia brillante y luminosa. Una característica peculiar de las fortificaciones con que fue dotada la ciudad es el hecho de que tanto la cara interior como posiblemente la exterior, una vez terminadas, fueron cuidadosamente revestidas con una gruesa capa de enlucido compuesto de yeso y cal. El enfoscado de los paños, al margen de una clara función estética que, sin duda hubo de tener, también debió contribuir a proteger el paramento, aislándolo de la humedad por capilaridad, haciéndolo más compacto. Tampoco se debe descartar que con el enfoscado de los testeros también sus constructores pretendieran uniformizar su aspecto exterior, ocultando al enemigo algunos tramos, cuya fábrica no era de una especial calidad estética o técnica. La segunda línea defensiva también estuvo revocada con estuco y yeso en toda su superficie exterior. En la excavación arqueológica de este sector perimetral fue posible documentar en la cara exterior un potente estrato de yeso de más de un metro de espesor, estrato que sin duda se generó por acumulación; una vez abandonada la fortificación y carente de mantenimiento alguno, esa capa de revoco se fue degradando y cayendo al pie de la muralla.