Objetivo: el dominio (señorial)
Desde la entronización de los Trastámaras en Castilla, la ambición nobiliaria se dirige directamente hacia una meta a la que hasta entonces unos pocos habían intentado por caminos muy diversos, como era alcanzar el poder, ya que su máxima aspiración era la de compartirlo con el monarca, junto al que habían combatido contra el despotismo de un Rey, cruel para los vencedores, justiciero para los vencidos.
Y en este largo caminar, que se acelera en ocasiones y es frenado en otras, tan feliz como desafortunado según las personas afectadas, en su desigual marcha los nobles siguen vías semejantes con variado resultado. Y en ellas se aprecian fases que todos repiten, antes y después, pues son escalones casi invariables para alcanzar el lugar preeminente a que aspiran: señoríos en el siglo XIV, que no deja de mantenerse con igual intensidad en el XV, pero aumentado con otras dos pretensiones: participación en las rentas reales y cerco y ocupación por diferentes medios de ciudades, centros de amplias comarcas o de regiones, sobre los que descansan sus intereses y su fuerza. Es un proceso ininterrumpido que alcanza su desorbitada consecución en los reinados de Juan II y Enrique IV.
D. Juan Manuel, un precursor
Adelantándose a esta política en decenas de años, con los mismos fines y medios que la nobleza trastamarista, don Juan Manuel es su precursor. Su controvertida personalidad, tan discutida como mal conocida, iba a configurar el mejor ejemplo de unas formas de ser y, sobre todo, de actuar, que en tiempos posteriores será imitada e incluso superada por otro señor de Villena, el marqués don Juan López Pacheco.
Don Juan Manuel abarca todos estos objetivos en una tenaz, porfiada y dura lucha que mantiene con altibajos, siempre grandes y estrepitosos como su personalidad, en los reinados de Fernando IV y Alfonso XI: aumento de señoríos, posesión o tenencia de fortalezas, relaciones amplias y firmes en el orden internacional -Aragón y Granada-, obtención, captación y ocupación de rentas reales y propósito, logrado en distintas ocasiones, de participar en el gobierno de Castilla; y, en otro orden de cosas, imponer su dominio directo o indirecto en la totalidad del reino de Murcia, del que era su adelantado mayor y en especial en la capital, unas veces bajo su poder merced a la intromisión y ocupación de los puestos rectores del concejo por sus vasallos y paniaguados, y otras hostil a su persona y a sus gentes, sobre la cual siempre -en el transcurso de más de treinta años- mantuvo estrecho cerco en su permanente aspiración a transformar el territorio murciano en un dominio señorial más. Algo que un siglo más tarde podemos encontrar en distintas comarcas y poblaciones de la Corona castellana, y en lo que respecta al reino murciano en la persona de su adelantado Pedro Fajardo.
De formas muy diversas: herencia, usurpación, depósito, donación, tenencia, cambio, intromisión por medios indirectos, que también le proporcionaban el deseado control y apetecido dominio, y alguna vez por compra, pudo don Juan Manuel en 1328, rebelde entonces a su Rey, decir al monarca granadino que, con excepción de Murcia y Mula, todo el reino murciano estaba en su mano, e igualmente hubiera podido añadir que, poco antes, también a la capital la tuvo bajo su mandato. Pero no es cuestión aquí de adentrarnos en el conocimiento de su vigencia política en los años en que fue adelantado mayor del reino , ni en sus múltiples actividades por todo el territorio castellano y menos aún en el de su producción literaria. Queremos tratar tan solo la relación Cartagena-Don Juan Manuel en los años en que ejerce su dominio sobre esta ciudad murciana.
La situación del reino
El reino de Murcia, por su situación geográfica -apéndice castellano entre tierras aragonesas y granadinas- y por su inseguro respaldo del Mediterráneo, siempre hostil -aunque nunca supusiera. una peligrosa amenaza para su integridad o independencia como lo fueron los dos reinos vecinos- hubo de desempeñar por siglos el permanente papel de vigía y bastión defensivo, de marca militar castellana, con graves repercusiones para su territorio, población y economía. Sucede así con las pérdidas de la gobernación de Orihuela y de la comarca granadino-almeriense comprendida entre Lorca y el valle del Almanzora; una muy pronto débil población con escaso crecimiento y concentrada en unos pocos núcleos urbanos; panorama desolador que se completa con años de hambre y su población a merced de insuficientes importaciones, no siempre posible por diferentes causas.
Y cuando en los comienzos del siglo XIV el adelantamiento murciano comienza su lenta y dificultosa recuperación tras el duro quebranto que supuso la ocupación aragonesa de sus tierras por Jaime II durante nueve años, mas la pérdida de la parte septentrional de su territorio y huida masiva de mudéjares, y aunque con débil andadura, todo parecía posible en un volver a empezar en una tierra casi sin habitantes y con una economía pobre, se producen tres acontecimientos que le afectan por entero y por largo tiempo:
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uno, es la presencia y con inagotables pretensiones de don Juan Manuel, adelantado mayor del reino, señor de Villena, en posesión de un gran número de poblaciones y fortalezas murcianas y con propósito no oculto de imponer su dominio señorial en todo el territorio;
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es otro la muerte de Fernando IV y el comienzo de la minoría de Alfonso XI, lo que de inmediato supone la división del reino en dos facciones, guerra civil, renacer de hermandades concejiles y un mayor despertar de ambiciones nunca satisfechas;
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y, el tercero, la mayor edad del monarca, y la dura lid que mantiene la Corona en recobrar su soberanía, su discutida potestad y el reintegro de bienes y rentas pertenecientes al fisco real, y entre ellas Cartagena, en poder de don Juan Manuel.