Una recuperación efímera
La arqueología no puede detectar ningún tipo de construcción o actividad significativa hasta bien entrado el siglo V. Se fecha por entonces, hacia 450, la construcción de un macellum, un gran mercado, en el solar del teatro romano y, quizás, la reconstrucción de las termas de la calle Honda. Asimismo a este periodo corresponde la expansión de la necrópolis de San Antón.
Posiblemente este auge se deba a la llegada de inmigrantes norteafricanos, que huían de la tiranía de los vándalos en la provincia de África. Paralelamente se debió producir una expansión comercial de las rutas entre Cartagena y la costa africana. Cartagena, conocida ahora como Carthago Spartaria, bien pudo convertirse entonces en el principal centro urbano del sureste hispano, apoyándose en su tradicional posición de metrópoli, que arrancaba de la época republicana. De hecho, cuando en 460 el emperador Mayoriano ejecutó su último intento de reconquistar la provincia de África, en manos de los vándalos, utilizó nuestra ciudad como base de su fracasado ataque naval.
Época de incertidumbres (fines s.V-inicios s.VI)
Conforme el antiguo poder imperial fue desintegrándose bajo la presión de los ostrogodos en Italia, a finales del siglo V, Cartagena quedó abandonada a su propia suerte. Al empezar el siglo VI se observan ciertos indicios de decadencia en nuestra ciudad. El macellum es abandonado, lo que podría mostrar el impacto de las depredaciones vándalas en el comercio del mediterráneo occidental.
A pesar de ello, Cartagena parece participar en primera línea en el proceso de formación de las provincias eclesiásticas hispanas. Desde principios del siglo V los papas se esforzaron en apoyar la consolidación de la organización territorial y jerárquica del episcopado hispano, como forma de poner orden en la turbulenta política eclesial española, dominada por grandes familias aristocráticas dentro de sus luchas de poder.
Estos intentos papales se vieron frustrados durante mucho tiempo, pero empezaron a dar frutos a principios del siglo VI, momento en el que se consolidaron de forma definitiva dos capitales eclesiásticas, Tarragona y Sevilla. En 516 se celebró en Tarragona un concilio, en el que el obispo tarraconense Juan intentó, entre otros asuntos, reafirmar su supremacía como metropolitano.
En sus actas aparece Héctor, metrópoli carthaginensis episcopus -obispo de la capital de la Cartaginense-. No podemos estar completamente seguros, pero presumiblemente estamos ante el obispo de Cartagena, reclamando su posición metropolitana. Quizás existiera un intento tarraconense por englobar el Levante bajo su propia provincia, vigorosamente rechazado por Héctor, pero más probablemente se trata de una toma de posición, en un momento de formación de los límites de las provincias eclesiásticas. El extraño título de Héctor parece indicar una situación de excepción, posiblemente la falta de reconocimiento universal de la posición de Cartagena como capital eclesiástica en el inestable panorama político-eclesiástico de la época.
Los visigodos tras el reino de Tolosa (1ª mitad s.VI)
De forma paralela a estos acontecimientos estaba apareciendo un poder en ascenso en el centro de la Península. Desde mediados del siglo V grupos godos, llegados como aliados del imperio en su lucha contra vándalos y suevos, fueron instalándose en ciudades como Barcelona, Mérida, Toledo o Lisboa. Tras la destrucción del reino visigodo de Tolosa en 507 esos grupos quedaron bajo la soberanía ostrogoda, consolidando su posición con la llegada de nuevos contingentes. Pronto se formó un estado, nominalmente subordinado a la monarquía ostrogoda, pero que tras la muerte del rey ostrogodo Teodorico se materializó en un reino que abarcaba el centro peninsular, desde Lisboa a Barcelona, en el que Toledo ocupaba una posición central.
La provincia cartaginense en la primera mitad del s. VI
En medio de ese proceso, en el concilio toledano de 531, el obispo Montano de Toledo se proclamó metropolitano. Esto nos lleva al complicado y confuso problema de la provincia Cartaginense. Sabemos que a finales del siglo III se creó una provincia cuya capital, por más que el nombre parezca indicar que es Cartagena, nos es desconocida. A mediados del siglo V, y tras una serie de avatares políticos, la provincia quedó escindida en dos. La parte interior, con los valles del alto Duero y el alto Tajo, junto a gran parte de La Mancha, quedó bajo dominio visigodo, con centro político en Toledo. La zona costera quedó en una posición autónoma, dependiente nominalmente de la corte imperial.
La conciencia de división está clara si pensamos en que Montano proclamó su autoridad sobre unos territorios concretos: Carpetania y Celtiberia. Si a eso unimos el hecho de que Héctor se había proclamado poco antes obispo de la capital de la Cartaginense debemos aceptar que la antigua provincia romana había quedado dividida políticamente en dos, y que eso llevó a la creación de dos provincias eclesiásticas independientes, una con centro en Toledo y otra con centro en Cartagena.
En 546 se celebró un concilio en Valencia. Desgraciadamente no conocemos la sede de los obispos que suscriben sus actas. En esa lista aparece en primer lugar el obispo Celsinus. Parece claro que ese Celso tenía una posición de autoridad, y que no era obispo ni toledano ni tarraconense ni valenciano. La opción más clara es que se trata del obispo de Cartagena, que veía así reconocida su posición como sede metropolitana. Todo parece indicar que esa primacía provincial fue reconocida por los visigodos.
Entre los participantes en el concilio de Toledo de 531, que reclamó los derechos metropolitanos del obispo toledano, aparecen como asistentes Nebridio de Egara y Justo de Urgell, obispos tarraconenses miembros de una familia fiel a la monarquía visigoda. En el concilio de Valencia aparece como segundo firmante Justiniano, hermano de los anteriores, obispo de la misma Valencia y también fiel a la soberanía de la monarquía goda. Es obvio que al aceptar a Celso como primado provincial estaba reconociendo la existencia de dos jurisdicciones dentro de los límites de la antigua provincia: la Carpetania, con capital en Toledo, y la Cartaginense, con capital, presumiblemente, en Cartagena.
La iglesia: institución vertebradora
Lo cual nos lleva al problema de la existencia o no de una soberanía visigoda sobre Cartagena durante la primera mitad del siglo VI. Si Celso fue efectivamente obispo de Cartagena, su reconocimiento en el concilio de Valencia sólo puede entenderse como parte de un proceso de incorporación del sureste al área de soberanía visigoda. Este proceso de regularización de la administración eclesiástica y de asimilación del sureste peninsular sería paralelo a la consolidación de una monarquía goda en España tras la muerte del rey Teodorico en 526.
El general ostrogodo Teudis, casado con una latifundista hispana, se hizo con el trono en 531, y comenzó a ampliar su área de dominio. Sabemos que en esa época se consolida el control godo de Sevilla, y en general, con más o menos fortuna, del valle del Guadalquivir. Cabe pensar en un proceso paralelo en Levante. Valencia pasó al reino visigodo en esa época, y el concilio de 546 podría indicar la anexión de toda la zona sureste. Desgraciadamente no tenemos datos arqueológicos de este momento, y las menciones textuales sobre Cartagena se reducen al caso de Severiano.
Severiano, el padre de los cuatros santos, ha provocado todo un caudal de escritos, estudios y opiniones, basados en una única frase de Isidoro de Sevilla sobre su hermano Leandro: ''... nacido en la provincia Cartaginense, hijo de Severiano, profesó como monje, y desde el monacato fue nombrado obispo de la iglesia de Sevilla, en la provincia Bética...''. Isidoro de Sevilla, De Viris Illustribus 57
Podemos, por tanto, asegurar que la familia de los cuatro santos era originaria de la provincia cartaginense y que emigró a la Bética en fecha indeterminada a mediados del siglo VI. En la Edad Media la historia fue adornada con datos muy inciertos, aunque podrían estar reflejando algún tipo de tradición hoy desconocida para nosotros. Así se defendió que Severiano era de origen ostrogodo, que fue duque de la Cartaginense con sede en Cartagena, que estaba relacionado con la familia real de Teodorico el Grande, que contrajo matrimonio con una princesa de sangre real, y que su hija menor enlazó con Leovigildo. Nada de eso puede ser aceptado como realidad histórica, y aunque importantes historiadores defienden el origen cartagenero de la familia, debemos suponer mejor un origen rural en un área más o menos cercana a la ciudad.
En cualquier caso, el hecho de que la familia alcanzara altos cargos eclesiásticos en la Bética visigoda, unido a los indicios ya vistos de que Celso había sido reconcido como metropolitano de Cartagena por la jerarquía eclesiástica católica del reino visigodo, hacen pensar en un cierto grado de soberanía visigoda en el Sureste a mediados del siglo VI.