Valoración global
Dada la amplitud de los contextos de abandono, podemos referirnos a una situación generalizada a lo largo de un siglo que implica a un amplio sector urbano, sin distinción sobre edificaciones o funcionalidad de las mismas. La ciudad sufre un importante retroceso que parece detenerse -a tenor del material arqueológico- en una estrecha franja entre los cerros de la Concepción y Molinete y el entorno del área portuaria.
Áreas
Este acontecer se encuentra plenamente confirmado por la arqueología para áreas amplias como el Barrio Universitario (PERI CA-4) y en excavaciones puntuales en prácticamente todo el centro de Cartagena, a saber en la Plaza de la Merced, calles del Duque, Cuatro Santos, San Francisco, San Antonio el Pobre, Caballero, Plaza San Francisco, calles Adarve, Caridad, Serreta, etc¿, como podemos observar más de dos tercios de la ciudad de Cartagena se abandona definitivamente en la segunda mitad del siglo II d. C.
Esta importante recesión no es exclusiva del ámbito urbano, el ager Carthaginensis también se encuentra inmerso en esta dinámica de declive, observándose como numerosos asentamientos del área más inmediata a Carthago Nova son abandonados a lo largo del s. II. d. C. (MURCIA MUÑOZ.1999).
Causas : teorias generales
Sin un hecho histórico concreto determinante que propicie estas condiciones extremas, las causas de esta calamitosa situación son múltiples y complejas en una ciudad con la raigambre histórica republicana y augustea como Carthago Nova, precisamente en un momento en que la política imperial desplegada por los emperadores Flavios y Antoninos favorece una importante actividad urbanizadora (ROSTOVTZEFF.1972).
El argumento historiográfico tradicional del florecimiento y prosperidad económica de las ciudades hispanas en época altoimperial hasta la crisis del siglo III d. C., entra en una dinámica de contradicción a la luz de ciertos hallazgos arqueológicos, puesto que la situación expuesta no es exclusiva de Carthago Noua, al respecto son muy indicativos los ejemplos del nordeste peninsular -actual Cataluña- en los que se observa como algunos núcleos urbanos entran en un proceso de decadencia desde época Flavia (NIETO.1982/ AQUlLUÉ ABADIAS.1984).
Ciudades como Baetulo, Emporiae y Blanda, fundadas a finales del siglo II a.C. por causas de carácter económico, basadas en la explotación y en el control político-económico de la Hispania Citerior, muestran abandonos y derrumbes en edificios públicos, domus, cisternas y calzadas, a partir de la segunda mitad del siglo I d. C. Las causas de esta situación deben de hallarse en el cambio de las relaciones políticos-económicas entre la Península Itálica y las Provincias a partir de la reorganización augustea, cuando se produce una jerarquización de los asentamientos urbanos a partir de la cual ciudades como Tarraco o Barcino inician una rápido crecimiento económico mientras que otros, de fundación republicana como Emporiae o Baetulo experimentan un claro proceso de decadencia y de recesión ya que no se insertan dentro de los nuevos condicionamientos económicos de sistema (AQUlLUÉ ABADIAS.1984).
Causas específicas
Ante la situación expuesta, Carthago Noua cuenta con unos condicionantes y unos problemas propios como núcleo independiente, pero evidentemente relacionados con las circunstancias del momento, como son el cambio de relaciones geo-estratégicas en las provincias del Imperio, la proyección económica y la reorganización de los mercados provinciales de la Tarraconense y la Bética, sin olvidar por supuesto el impacto económico que a medio y largo plazo estaba produciendo la pérdida productiva del distrito minero desde mediados/finales del siglo I a. C. (RAMALLO y BERROCAL. 1992).
A pesar de la importancia de los datos enumerados, éstos no nos parecen hechos determinantes de los drásticos acontecimientos del siglo II d. C., ya que a pesar de los cambios indicados la ciudad podría haber sobrevivido dentro de un estatus más humilde relacionado con una supervivencia basada en sectores agropecuarios o pesqueros. A nuestro parecer, en Cartagena incide un importante factor que habría que considerar en profundidad como es el comportamiento de las élites locales, que tanto tuvieron que ver con el despegue económico de la colonia.
A partir de reflexiones basadas en la epigrafía (ABASCAL. 2002), en Carthago Noua se generaron dos élites; el primer colectivo era el de las familias de tradición minera, descendientes de quienes llevaron las riendas de la explotación durante los últimos siglos de la República, y seguramente depositarios de las magistraturas en el momento de la promoción colonial. Mientras que en el segundo grupo de esta élite podemos reconocer a personajes vinculados clientelarmente a familias itálicas de época cesariana y augustea. Este segundo colectivo reafirmó su presencia en la ciudad por su proximidad al círculo augusteo, siendo los responsables de los nombramientos de patronatos de Agrippa, Nerón o Iuba, y para ellos seguramente el futuro presentaba otras expectativas de promoción (ABASCAL. 2002; 37-36).
Estas expectativas deben derivar de la promoción extraurbana, de la búsqueda de una carrera personal fuera del ambiente de la colonia. Y como bien indica J. M. Abascal, si esta lectura de los acontecimientos es correcta, debemos entender que el comportamiento de algunas familias de la ciudad deja entrever un cambio de perspectiva en la historia de la ciudad. ''De este modo pasada la época dorada de la producción minera en Carthago Noua, el futuro se iba a medir por otros parámetros y había llegado la hora de buscar la promoción política personal en el entorno del emperador'' (ABASCAL. 2002; 36).
En este contexto, es lógico que la élite de Carthago Noua; acusando la pérdida de su foco generador de riqueza como fue la minería, familiarmente vinculada con la península itálica y después del esplendor de época augustea que le había permitido el establecimiento de unas beneficiosas relaciones políticas con la familia imperial, buscase nuevos horizontes más beneficiosos económica y políticamente.
De los acontecimientos expuestos se infiere la emigración de las familias pudientes de la ciudad, lo que puede parecer anecdótico y circunstancial, pero que tiene un gran impacto respecto a la vida urbana, ya que las magistraturas locales eran detentadas por miembros de estas familias, al tiempo que las ciudades además de ingresos también tenían gastos ordinarios muy considerables por los que debían de sufragarse no sólo por lo magistrados y patronos locales sino que en tales circunstancias los ciudadanos ricos tomaban a su cargo una parte de los gastos municipales (ROSTOVTZEFF.1972; 25-290).
De este modo la marcha de las élites locales, podría suponer un grave problema en el gobierno municipal por escasez de dirigentes y patrocinadores locales, dispersión de la clientela, merma y desaparición de la actividad comercial, etc...ocasionando un despoblamiento generalizado que en el caso de Cartago Noua se inicia casi un siglo después del cierre de las minas, culminado a nuestro criterio en la segunda mitad del siglo II con el hundimiento de los edificios urbanos más emblemáticos (curia y Teatro) y por supuesto con el colapso del trazado viario.
Por lo general estos fuertes debilitamientos urbanos no implicaron la desaparición del núcleo poblacional que se suele refugiar en el área mejor defendida, como es nuestro caso. Las ciudades que ya no cumplían sus funciones como Blanda acaban por desaparecer, las otras persistirán amuralladas o encastilladas durante épocas posteriores.
Para terminar
A modo de conclusión final, me gustaría reseñar que -a pesar de la historiografía tradicional y a la luz de los datos aportados por la arqueología- antiguos sectores ciudadanos romanos altoimperiales de Cartago Nova se despueblan y se conforman a lo largo del siglo II d. C. como un paisaje extraurbano, yermo, sin calles, con extensas áreas aterradas, desprovistas de construcciones y con acúmulos de escombros por doquier, tan sólo ocupado de un modo puntual y discreto en época tardorromana y bizantina por áreas de necrópolis y vertederos.
Este panorama desértico y desolado se mantendrá hasta finales del siglo XVII d. C., cuando la ciudad sobrepasa los límites murados del siglo XVI y comienza la recuperación urbanística asociada al desarrollo de las nuevas políticas mediterráneas borbónicas en las que tiene un relevante papel la Plaza fuerte de Cartagena.