La contienda
En el amanecer del 4 de septiembre de 1706, un regimiento anglo-holandés compuesto por más de 6.000 hombres de infantería, varias piezas de artillería y una sección de ingenieros con un puente portátil de madera para franquear las acequias, avanzó desde Espinardo, con la intención de apoderarse de Murcia.
Los murcianos se asentaron tras unos parapetos levantados en las afueras de la Puerta de Castilla, para impedir el paso de las fuerzas invasoras a la ciudad y se desplegaron por los terrenos que hoy ocupan los barrios de Santa María de Gracia y de San Basilio, y que por aquel entonces eran un mar de huertas y acequias. Unos 400 soldados se situaron en la residencia de Baltasar de Fontes que, a partir de ese mismo día sería conocida como la casa del Huerto de las Bombas.
La clave que determinó el fracaso de la invasión fue la idea de Belluga de abrir los tablachos de las acequias para inundar la huerta. En muy poco tiempo, toda la zona (salvo los lugares más elevados) quedó convertida en un inmenso lago. Los invasores no podían aventurarse por él, por desconocer la profundidad del fondo. Aquellos que lo intentaron quedaron atascados en el inmenso barrizal.
Disparos en mitad de la huerta
Como el lodazal impedía las maniobras de la caballería, las tropas del archiduque trataron de hostilizar con artillería a los soldados que se encontraban en la casa del Huerto de las Bombas, quiénes respondieron a este ataque, causando numerosas bajas al enemigo. Resguardados en la trinchera y en el terraplén que bordeaban el azarbe estaban situados Don Fernando de Arias Ozores, su teniente Don Antonio Marzo y el sargento mayor de la brigada Don Juan Antonio de Contreras y Torres que comandaban los dos cuerpos de infantería de Granada, compuesto por unos 500 hombres, y unos 200 caballos del regimiento de Don Gabriel Mahon. Por espacio de dos horas hicieron fuego incesante y en su lucha contra el enemigo contaron con la ayuda de huertanos que, en grupos o aisladamente, disparaban desde sus viviendas o desde las ramas de los árboles.
Al ejército aliado no le quedó más opción que la retirada. La contienda dejó más de 400 muertos, entre ellos varios coroneles y oficiales, algunos de los cuales fueron enterrados en la iglesia de Espinardo. Los heridos fueron trasladados a Orihuela en 36 carros que estaban cargados de soldados. El Acta Capitular del día 4 de septiembre narra los pormenores de la lucha:
"Que en el día de hoy, al amanecer, hizo movimiento el enemigo con más de 6000 hombres, la mayor parte ingleses, marchando para esta ciudad con algunas piezas de artillería y puentes de madera para su pasaje por las cortaduras y acequias de la huerta prevenidos para impedirles el paso y habiendo avistado la casa que llaman de las Bombas distante de esta población medio cuarto de legua y avanzando a ella haciendo fuego y echando granadas con el ánimo de apoderarse de ella, como con efecto lo hubiese logrado a no haberle rechazado con gran valor la infantería que estaba de guarnición en la dicha casa y socorro de los naturales que ocurrió para este lance, obligándoles a hacer fuga que ejecutó con perdida de 400 hombres heridos y muertos y entre ellos algunos oficiales y dos coroneles. Cuyo feliz suceso se ha celebrado"
Consecuencias de la victoria
En cabildo del 6 de septiembre, la ciudad acordó que se celebrara misa de gracias y procesión en términos que revelan la piadosa confianza de los murcianos en la mediación de la Virgen María.
Dos años más tarde, y a propuesta del regidor Alonso de Contreras, se acordó declarar el 4 de septiembre, día de Santa Rosa de Viterbo, como festivo con la intención de perpetuar la fiesta. Aunque el deseo de Alonso de Contreras se vio frustrado, ya que no le logró dar a ese día el carácter de perpetua conmemoración cívico-religiosa, el recuerdo de la victoria debió de conservarse durante mucho tiempo en la Murcia de antaño.
El entusiasmo popular dio al suceso proporciones de resonancia épica. Aún reconociendo que este enconado encuentro tal vez no merezca el nombre de batalla, si es cierto que fue algo más que una escaramuza. Es obvio que la victoria cambió el desarrollo de la guerra en el sureste peninsular. Los partidarios de Felipe V se recobraron, recuperaron Cartagena y Orihuela y afrontaron con grandes garantías de éxito la decisiva batalla que tendría lugar siete meses más tarde en Almansa.