Los meses previos
La Guerra de Sucesión no llegó a los límites de la actual Región de Murcia hasta 1706, aunque antes de ese año se produjeron algunas circunstancias que, a posteriori, influirían en el desarrollo de la contienda.
En septiembre de 1704, falleció el Obispo de Cartagena, Francisco Fernández de Angulo. Su sucesor fue un partidario incondicional de la causa de Felipe de Anjou, el hasta entonces canónigo de Córdoba, Luís Belluga quién llegó a Murcia el 8 de mayo de 1705. Apenas unas semanas más tarde, el nuevo Obispo mandó imprimir un pequeño panfleto titulado 'Defensa de los derechos del señor D. Felipe V, de gloriosa memoria a la Corona de España'. Belluga, providencialista acérrimo, interpretaba la defensa de Felipe V como un mandato divino insoslayable.
Durante el primer semestre del año 1706, el desarrollo de la guerra fue favorable a los intereses del archiduque Carlos. El punto álgido se produjo el 20 de junio tras la llegada de las fuerzas aliadas a Madrid, al mando de un francés al servicio de Inglaterra, Henri de Ruvigny, Conde de Galloway, y de un portugués, Luis de Sousa, Marqués de las Minas que obligaron a Felipe V a abandonar la ciudad. El 26 de junio, el archiduque Carlos llegó hasta la capital dónde fue recibido por un grupo de nobles que le juraron obediencia. Ese mismo día fue proclamado rey de España con el nombre de Carlos III. Sin embargo, la mayoría de los madrileños eran fieles a Felipe V, por lo que inmediatamente se produjeron enfrentamientos entre los partidarios del candidato Borbón y las tropas aliadas.
Los aliados toman Cartagena y Alicante
El mismo día en que Carlos III era proclamado Rey de España en Madrid, la ciudad de Murcia se preparaba para una posible invasión. Aquel 26 de junio se constituyó una junta para la defensa de la ciudad de la que formaban parte el Corregidor y Justicia Mayor, Don Manuel Luna y Peralta y los regidores y los representantes del Cabildo eclesiástico bajo la presidencia del Prelado. Se formaron dos cuerpos de ejército de 1.000 hombres cada uno compuestos por voluntarios de Murcia y de sus pedanías que rápidamente se pusieron a reparar las maltrechas defensas de la ciudad.
El 5 de julio, una flota aliada compuesta en su mayoría por ingleses y holandeses tomó Cartagena y amenazó seriamente a Murcia. El día 13, el Conde de la Corzana y el Marqués de las Minas, escribieron al concejo murciano dando relación de los avances y triunfos del ejército de Carlos y de los reveses que estaban sufriendo las tropas de Felipe V. En vista de ello, requerían a Murcia para que aclamase por rey al austriaco. Esta intimidación fue recibida con una enérgica repulsa. La representación de la ciudad, de acuerdo con el ánimo popular, decidió defender la causa de Felipe de Anjou.
Mediado el verano, el desarrollo de la contienda comenzó a ser favorable para Felipe V. El 4 de agosto, un numeroso grupo de partidarios del candidato Borbón entró en Madrid y se hizo con el control de la Villa. Sin embargo, en Murcia la realidad era bien distinta, porque si la ciudad se veía amenazada por la conquista de Cartagena, el temor aumentó después de que el 8 de agosto la flota anglo-holandesa se apoderara de Alicante tras una enconada lucha, que culminó con un feroz saqueo religioso en el que los invasores mostraron su desprecio hacia la fe católica. Las profanaciones fueron reflejadas con todo detalle en las páginas de Gazeta de Murcia con el fin de conmover a la opinión pública.
Las tropas del archiduque marchan hacia Murcia
Una vez consumada la conquista de Alicante, los aliados se dirigieron hasta la ciudad de Orihuela que no ofreció resistencia, ya que su gobernador, Jaime Rosell, Marqués de Rafal, apoyaba al candidato austriaco. Después de apoderarse de Cartagena, Alicante y Orihuela, el siguiente objetivo de los aliados era la conquista de Murcia. Con el fin de evitar la lucha, el 14 de agosto dos comisarios enemigos, uno eclesiástico y otro secular, solicitaron una entrevista a Luís Belluga para negociar la rendición de Murcia. El encuentro se produjo el día 18, y en el mismo, los visitantes obtuvieron una rotunda negativa del Obispo que les comunicó su intención de luchar en favor de la causa de Felipe V, hasta las últimas consecuencias.
El conflicto era ya inevitable. La situación del enemigo hizo cundir la alarma de que sus tropas irrumpirían desde Orihuela en dirección a Monteagudo para llevar a cabo la conquista de Murcia. El ejército que tenía que proteger la ciudad era muy bisoño. Entre los defensores destacaban por su experiencia unas cuantas compañías del Tercio de Mahonis, todos irlandeses veteranos, que se situaron en Monteagudo por ser éste el sitio de mayor peligro. El Obispo solicitó capellanes para acompañar a las tropas, pero sólo se atrevieron a acudir a aquel lugar Fray Diego de Cantillana y el padre Luís de Oviedo.
Durante los últimos días de agosto, los aliados realizaron varias incursiones por los pueblos de la Cordillera Sur quemando las barracas y despojando las iglesias, cuyas imágenes convertían en astillas. Las mujeres, los niños y los ancianos se tuvieron que refugiar en el Santuario de la Fuensanta. El día 24, los invasores tomaron Beniel, mientras que el 27 llegaron hasta Espinardo y se hicieron con el control de la Contraparada tras un encuentro que causó varios muertos.
La ciudad se prepara para la invasión
El enfrentamiento estaba próximo. Es cierto que en Murcia había partidarios del archiduque, pero la gran mayoría de la población simpatizaba con el candidato Borbón. Las compañías de milicias que guarnecían la ciudad se encontraban apostadas en la Lonja de la Plaza de Santa Catalina. Desde la orilla del río, por Santa Eulalia, en todo el contorno septentrional del casco urbano, se construyeron trincheras, terraplenes y empalizadas para suplir las aberturas de la muralla. En la huerta fueron abatidos muchos árboles con el fin de evitar que los invasores se ocultaran en la espesura. Los huertanos estaban decididos a defenderse bien armados y pertrechados.
A principios de septiembre, Luís Belluga salió en dirección a Lorca para recoger a los refuerzos que venían de Andalucía, pero dejando todo dispuesto para la defensa de la ciudad bajo el mando del brigadier Don Fernando de Arias y Ozores, con instrucciones hasta para el caso (a su juicio, casi imposible) de que la ciudad se viera obligada a rendirse. Si el enemigo lograba su propósito, el Obispo esperaría en Lorca en dónde dispondría de una fuerte resistencia con efectivos llegados desde Andalucía.
La responsabilidad de los murcianos era muy grande: una derrota supondría la pérdida de la ciudad, lo que conllevaría que el archiduque se hiciera con el control de casi todo el este de España. Así pues, el ejército se preparaba para la defensa. Se acercaba el que sería el día clave: el 4 de septiembre de 1706.