Hija de Isabel de Portugal y Juan II de Castilla, nació en Madrigal de las Cortes el 22 de abril de 1451 y murió en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504.
Infancia y Juventud
Los años de su infancia y juventud fueron difíciles ya que tras la muerte de su padre en 1454 la nobleza castellana, apoyada por los infantes aragoneses, se dedicó a socavar el poder del rey Enrique IV. De hecho, ya en el año 1461, la infanta Isabel hubo de entrar en la liza política al ser comprometida con Carlos, príncipe de Viana, quien, no obstante, moriría poco después. Desde entonces ya nunca abandonó el camino de la política, pues en 1465 su hermano Alfonso fue proclamado rey en Ávila, la llamada "farsa de Ávila", lo que motivó su forzada participación en las endémicas banderías castellanas.
En efecto, 1465 fue un año que tuvo comienzo un enfrentamiento que dividió a Castilla en dos bandos enfrentados, el de Enrique IV y el de la nobleza recalcitrante. La causa: la proclamación de Juana, hija del rey Enrique en 1462 contra la voluntad de los magnates del reino. Desde el principio Isabel se vio unida al bando de Alfonso y, luego, tras la muerte de aquél en verano de 1468, al suyo propio.
Cambiados los protagonistas, cambiaron las circunstancias. El Rey Enrique se decidió a pactar con Isabel la herencia del trono, apartando a Juana "La Beltraneja", en las capitulaciones de Guisando. Pero el acuerdo fue efímero. Inmediatamente comenzaron a surgir las desavenencias. La razón estribó en los planes matrimoniales: mientras el Rey buscaba la alianza con Portugal, Isabel prefería una unión con el príncipe de Aragón.
Reina de Castilla
Dicho y hecho, los días 18 y 19 de octubre de 1469 la princesa llega a Valladolid, donde hubo de celebrar su boda. En 1470 la ruptura era un hecho, al ignorarse el capítulo matrimonial firmado en Guisando y casarse contra su voluntad. El rey Enrique, en octubre de 1470, proclamaba a Juana, de nuevo, heredera de Castilla. Mientras la pugna se extendía hasta la Navidad de 1473, los partidarios de Isabel –ciudades y nobles– aumentaban sustancialmente. Esa misma Navidad, el rey cede y Enrique e Isabel dan muestras de reconciliación, lo que permite a Isabel, casi un año después, en diciembre de 1474, tras recibir la noticia de la muerte del Rey, organizar su proclamación como Reina de Castilla. No obstante, la guerra civil no había terminado. Tuvo que aguantar la proclamación de la pretendiente Juana (1475), apoyada por portugueses y muchos castellanos, y esperar la decisiva batalla de Peleagonzalo (marzo de 1476) para poder llegar a la paz de "Alcaçobas" (1479) con los portugueses, para asentarse definitivamente en el trono.
Entre tanto hubo que organizar cuestiones de orden interno. Cuando Fernando de Aragón regresó a Castilla fue preciso que los cónyuges firmaran un acuerdo para limitar el poder del aragonés: fue la conocida Concordia de Segovia de enero de 1475, en la que se realizó una especie de reparto del poder.
En segundo lugar se convocaron Cortes (Madrigal, 1480) donde se trazaron las líneas maestras de su reinado: Santa Hermandad; establecimiento gradual de la Inquisición; administración de civil y de justicia; estamentos; asuntos de jurisdicciones, sobre todo con la Iglesia; y el asunto judío y musulmán, entre otros. También, la energía del los reinos comenzó a centrarse en las guerras exteriores: las del Mediterráneo y la de Granada. Esta última guerra continuó hasta el año 1492 en que el 2 de enero el rey Boadbil abandonaba la ciudad tras haber firmado las Capitulaciones de Granada.
Las grandes decisiones
Los años noventa fueron testigos de muchas actividades: de entre ellas destacó la ocupación de Canarias; la empresa americana, felizmente iniciada el 12 de octubre de 1492; el subsiguiente y necesario Tratado de Tordesillas de 1494. En esas fechas se tomó una decisión de enorme trascendencia: el 31 de marzo de 1492 en Granada, los Reyes Católicos firmaron el decreto de expulsión de los judíos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón. Los Reyes Católicos encargaron al inquisidor general Tomás de Torquemada y a sus colaboradores la redacción del decreto de expulsión. Tras otros diez años, en febrero de 1502, obligaron a los musulmanes a elegir entre convertirse o abandonar Castilla. Como señalan los historiadores no fueron decisiones tomadas de forma aislada sino fuertemente meditadas y discutidas con personalidades del reino que intervinieron en su gestación y ejecución.
En estos años cristalizó una poderosa política exterior volcada hacia Maximiliano de Austria e Inglaterra. El objetivo era aislar a Francia, la eterna enemiga. Esta política exterior se consolidaría con una serie de enlaces matrimoniales de sus hijos: Juana, María y Catalina.
Fue una época magnífica: afirmación del poder monárquico mediante el sometimiento de la nobleza, manifestaciones culturales y artísticas de exaltación de la dinastía, etc., todo ello fuertemente influenciado por un espíritu renacentista del que Isabel y Fernando fueron grandes mecenas.
Los últimos años
Los últimos años de la reina, años de descanso después de un enorme esfuerzo político, se vieron marcados por una serie de tragedias: la muerte de su hijo y heredero, el príncipe Juan en 1497. También, en 1498, su siguiente heredera, la primogénita princesa Isabel moría dejando un heredero, el príncipe Miguel. No obstante este niño, heredero de las coronas de Castilla, Aragón y Portugal, murió al poco tiempo, en enero de 1500. Juana pasaba a ser la heredera.
En 1504 Isabel y Juana estaban en Alcalá de Henares, donde la princesa dio a luz a otro niño, Fernando. Éste, al que le tuvo especial cariño la reina, fue enviado a Arévalo, donde fue cuidado por sus abuelos. Poco tiempo pudo estar con él. El día 12 de octubre de 1504 la reina, muy débil y enferma, firmó su testamento muriendo el día 26 de noviembre de 1504 en el Palacio Real de Medina del Campo (Valladolid). Había expresado su voluntad de ser enterrada en Granada, donde reposan sus restos en la Capilla Real.