Vista general de una tumba ibérica
Vista general de una tumba ibérica
Pendiente de oro de la necrópolis del Castillejo
Pendiente de oro de la necrópolis del Castillejo


  La cultura ibérica, encuadrada en la Edad del Hierro en su fase plena, entierra a sus difuntos en ciudades para los muertos (necrópolis). Se emplazan,  por lo general, en las cercanías del recinto habitado, siendo una constante a lo largo de su desarrollo cultural el uso del ritual de la cremación del cadáver, en el sentido de hacerle desaparecer por completo mediante la incineración; de este modo, se obtendría la purificación del muerto tras haber pasado por el fuego. Esta costumbre llegó a la Península Ibérica a través de la cultura de Campos de Urnas y del Mediterráneo Oriental.

  Las necrópolis, al ser un recinto sagrado, no pueden extenderse sobre una gran superficie, por tanto, la densidad de tumbas suele ser elevada, superponiéndose en muchos casos enterramientos con el paso del tiempo, llegando en ocasiones a documentarse hasta ocho superposiciones en algunas necrópolis como la del yacimiento del Cigarralejo, en Mula. Sin embargo, no siempre sucedía esto; en dos necrópolis, la del Castillejo de los Baños  y la de la Senda de Coimbra del Barranco Ancho, las tumbas se desarrollaron en extensión, no superponiéndose nunca una tumba sobre otra.

  Las necrópolis solían establecerse no muy lejos del poblado, pero fuera del recinto amurallado, a diferencia de la cultura argárica, que inhumaba a sus muertos dentro de los hábitats, junto o debajo de las casas, y al resguardo de los vientos dominantes. La gran cantidad de tumbas excavadas en poblados del Sudeste peninsular ha permitido a los investigadores conocer con exactitud el ritual funerario en el mundo ibérico. Los restos incinerados del difunto se depositan en una fosa (loculum), generalmente de tendencia rectangular, con los ángulos redondeados, de un tamaño aproximado de 100/140 por 50/60 y unos 30/50 centímetros de profundidad, aunque las dimensiones, tanto como la forma, puedan oscilar de forma considerable.

  Éstos se acompañan del ajuar funerario, que suele estar compuesto por objetos personales del difunto, armamento si es un hombre, objetos de la economía doméstica como fusayolas, pesas de telar o abalorios varios si es mujer, y una representación de vasos cerámicos, incluyendo en ocasiones  piezas importadas de origen griego. En algunos casos  se introduce una urna cineraria, que contiene los restos óseos recuperados de la pira funeraria o parte de ellos (cráneo, huesos largos), depositándose el resto de la masa ósea con el ajuar en la fosa. La urna suele estar fabricada en cerámica ibérica, aunque se han dado casos en los que el recipiente elegido es una crátera o un skyphos de cerámica ática. Los objetos del ajuar aparecen con frecuencia quemados, bien por haber sido arrojado al ustrinum (pira donde se quemaba el cadáver) o por haber estado en contacto con las brasas, aún incandescentes, que se arrojan en la fosa. El lóculo, la fosa, una vez depositadas las cenizas del difunto y las ofrendas correspondientes, se tapaba con tierra, barro, algunas piedras y en ocasiones se usa también adobes.

  Ritual funerario: cremación del cadáver

  En el Sureste peninsular se remata la estructura de la tumba con una superficie rectangular o cuadrangular de piedras de módulo mediano, 20/40 centímetros que se conoce con el nombre de encachado. Este túmulo funerario se remata en ocasiones con uno o varios escalones y en casos excepcionales (los aristócratas y dirigentes del poblado) se culmina con un monumento escultórico coronado por un animal salvaje o mitológico (león, toro, sirena o esfinge), que confiera seguridad al difunto allí enterrado. Este tipo de monumento se conoce como pilar estela. El ritual se completaba con la realización de un banquete funerario, moda importada por los colonizadores griegos. El carácter monumental de las sepulturas de las aristocracias dominantes en los siglos V y IV a.C. irá desapareciendo a finales de esta última centuria, para dejar paso a deposiciones más sencillas, aunque no exentas de riqueza. El resto del ritual, cremación y tipología de las tumbas se mantendrá hasta la baja época de la cultura ibérica (siglos II-I a.C).