El Art Noveau, el Secesionismo Vienés, el Liberty o el Novecentismo son las tendencias que junto al Eclecticismo y el Historicismo dominaron el último tercio del siglo XIX y los primeros decenios del XX. La palabra Modernismo ha aglutinado, en términos generales, todas estas tendencias aunque sea preciso, en muchos casos, atender a las diferencias existentes entre ellas. En nuestra Región el modernismo tuvo una expresión arquitectónica que se concentró especialmente en ciudades como Cartagena y en poblaciones como La Unión, con algún leve ejemplo en Murcia.
Frente a un contexto histórico tenso, como es el de los años de regencia de Isabel II, nos encontramos con una realidad política más estable que, en el caso de la Región de Murcia, supone el crecimiento de la industria minera, industria focalizada en Cartagena y La Unión. La minería supuso el surgir de una pequeña burguesía que podría permitirse la construcción de edificios de cierta relevancia arquitectónica, ya fuera en la ciudad portuaria o en las fincas de recreo aledañas. Contar con los servicios de arquitectos foráneos o recurrir a los locales hizo que la trama urbana de ciudades como Cartagena cambiará considerablemente.
Hay que tener en cuenta que el panorama de la arquitectura de este momento tiene dos ámbitos principales con sus respectivas escuelas de arquitectura, se trata de Madrid y Barcelona, y estudiar en una u otra escuela supone para los futuros arquitectos un bagaje estético un tanto diferente. Los arquitectos son ya profesionales asociados y su magisterio, que está ya muy personalizado y se ha alejado del academicismo de principios del XIX, crea discípulos aplicados que crearán pronto sus estilos propios.
Cartagena es sin duda la urbe modernista de Murcia. Uno de los primeros edificios que abre el registro de innovaciones arquitectónicas es la Casa Pedreño, diseño de 1872 del murciano Carlos Mancha, a quien se considera el introductor del ideario ecléctico de la arquitectura del XIX. La Casa Pedreño sorprende por esa suma de conceptos clásicos -distribución de estructuras y utilización de órdenes clásicos- y esa abundancia de detalles que el modernismo transformará en nuevas formas, más atrevidas y movidas. Además de Mancha, otros arquitectos eclécticos como Tomás Rico Valarino u Oliver Rolandi, transformaron con sus proyectos tanto la ciudad portuaria como el paisaje de las áreas limítrofes, allí donde la burguesía podía disponer de terreno para construir casas de ocio.
El modernismo en Cartagena tuvo en la llegada de ciertos arquitectos como Victor Beltrí o Coquillat Llofriú su momento álgido. La escuela de Barcelona proporcionó a la ciudad los nuevos planteamientos estéticos en los que las formas orgánicas o el uso del hierro, el vidrio o la cerámica ayudaban a construir las arquitecturas más vanguardistas.
Beltrí y Roqueta comenzaría su andadura en Cartagena en 1897 con la Casa Cervantes, siguiendo después otras obras como el Casino, el Palacio de Aguirre, el Gran Hotel o la Casa Llagostera; fuera de Cartagena trabajaría en obras particulares como la Casa del Tío Lobo, la Casa Zapata o la Villa Calamari, o públicas como el Mercado de la Unión. La obra de Beltrí es tan voluminosa que abarca todo tipo de construcciones, no sólo las de particulares adinerados, y su influencia alcanzó a otros arquitectos con los que colaboró, como el cartagenero Lorenzo Ros Costa.
El ilicitano Coquillat Llofriú por su parte, autor de la neobarroca Casa Dorda, con menor cantidad de obras, es otro de los referentes ya que su Casa Maestre llevó a Cartagena el estilo orgánico que tanto se relaciona con los maestros modernistas catalanes más conocidos como Gaudí.
La ciudad de Murcia puede enseñar hoy por hoy pocos ejemplos modernistas, la Casa Díaz Cassou o el edificio Cerdá, obras del arquitecto José Antonio Rodríguez, a quien no se puede considerar enteramente modernista ya que en el caso de su obra más vanguardista, la casa Cassou, es el único ejemplo de modernismo que llegó a trabajar, inclinándose más por obras más racionalistas y de visos más amplios, como su edificio conocido como Los Nueve Pisos, edificio avanzado para lo que una ciudad como Murcia estaba acostumbrada a ver. Rodríguez se movió ágilmente por diversidad de propuestas que pasaron de planteamientos modernistas a recursos más clásicos de composición como el antiguo hospital para la clerecía murciana conocido como La Convalencia.
En la escuela de Madrid se formaría el pachequero Pedro Cerdán, uno de los referentes murcianos de la arquitectura de la época. Colaborador de Justo Millán, que lo recomendó para llevar a cabo su Escuela Municipal, actual Colegio del Carmen. Cerdán se movió estéticamente en una mezcla entre el clasicismo de la escuela madrileña y el modernismo catalán que desembarcaba en Murcia. Sus deudas académicas están claras en obras como la Casa del Piñón de La Unión, pero la utilización que hace del ladrillo, el vidrio, el cinc o los detalles cerámicos dejan claro que sin llegar al modernismo de la decoración profusa, Cerdán estaba inmerso también en las nuevas formas y planteamientos que unirían el final del XIX y comienzos del XX. El Mercado de Verónicas de Murcia, la casa Servet de San Pedro del Pinatar, el Liceo Obrero de La Unión o la Portada del Cementerio de Murcia, son buenas muestras del variado territorio estilístico en el que se movía Cerdán.
Avanzada la primera mitad del siglo XX, después de la arquitectura modernista y ecléctica, las líneas de construcción fueron adentrándose poco a poco en otros conceptos que, en algunas zonas de la península, se concentraron en un regionalismo. Abandonada en nuestra Región la economía minera, el descenso en la producción arquitectónica fue manifiesto, teniendo en cuenta la gran actividad que se produjo hasta el primer cuarto de siglo. Los edificios más vanguardistas que empezaron a proyectarse tras ese primer cuarto de siglo fueron mucho más sencillos y menos ambiciosos, conceptos de curvas y rectas muy semejantes al art decò del mobiliario pero con una economía ornamental evidente.
En Murcia la obra del arquitecto José Luis de León Díaz- Capilla, con edificios en Murcia como el conocido como Acorazado, en plaza de Santo Domingo, de 1934, o el Edificio Coy, de 1935 de Gaspar Blein Zarazaga, son una buena muestra del racionalismo, como vanguardia arquitectónica del momento. Las reformas posteriores de estos edificios pueden haber desvirtuado su originalidad, pero se trata de obras realmente avanzadas, en términos arquitectónicos, en España. Atrás quedan las estructuras de ejes geométricos o las normas de disposición de los elementos, la armonía de las formas ya no necesita de los viejos manuales de arquitectura sino de las nuevas posibilidades de materiales, técnicas e ideas.
Pero junto a estos escasos ejemplos de vanguardia, se seguirá construyendo con modelos tradicionales, con nuevos materiales pero con líneas, en algunos casos, decimonónicas. La geometría de las fachadas imitará sillares con nuevos estucos y los interiores serán más racionales, pero el aire del XIX permanecerá, mezclado con la ornamentación modernista o decó. Sólo la recuperación económica de posguerra o el gran despegue de los años sesenta del XX darán nuevos conceptos estéticos de arquitectura.