La literatura murciana, como la nacional, observa en su camino hacia el siglo XX dos ramas diferenciadas, aquella más cercana a los modos románticos y la de los años veinte del pasado siglo, mucho más actualizada con la evolución natural de la sociedad y la entrada en una nueva era.
Muchos autores murcianos, aunque llegaran al siglo XX, son considerados netamente decimonónicos, por sus formas literarias y por los intereses de sus temas de estudio. Pensemos por un momento en una sociedad murciana muy alejada aún de los ecos de la modernidad europea, un tanto aislada, donde casi todos sus hombres de letras (no encontramos ninguna mujer en los estudios) se han formado primeramente en el Seminario Diocesano.
Antes de que la obra de Rubén Darío recalara en España, antes de que la visión modernista del artista maldito se conociera, en Murcia un autor, natural sin embargo de Madrid, publicaría dos obritas en vida consideradas como un avance considerable en las letras nacionales. Ricardo Gil llegó a Murcia infante, su vinculación a la ciudad fue plena y participó activamente en las tertulias literarias. De los quince a los treinta (1885) y La caja de música (1898) son obras poéticas que muestran ese adelanto mencionado. Al sentimiento romántico Gil añadió imaginación, fantasía, sinestesias etc. Entenderemos mejor este vuelco si atendemos al hecho de que Gil debió leer a Baudelaire o Mallarmé. Leemos en Duda: Desierto está el jardín. De su tardanza / no adivino el motivo. El tiempo avanza / Duda cruel, no turbes mi reposo; / empieza a vacilar mi confianza / el miedo me hace ser supersticioso.
Modernistas también, aunque de menor calado, Carlos Mellado, cuya obra sería en gran parte inédita hasta nada menos que 1984, y Pedro Jara Carrillo, autor más conocido pero cuyo modernismo quedó quizá más en la forma que en el fondo, rodeado siempre de un costumbrismo que quizá haya abundado en su fama.
Con José Frutos Baeza se continúa la tradición costumbrista pero con miras puestas a hacer del panocho una digna lengua de origen popular. Su costumbrismo radica sobre todo en su obra lírica mientras que la prosa se dedica, sobre todo, a la historia local, muy influenciada ya por los estudios de Cassou.
Pero la poesía murciana ganaría prestigio de una manera destacada con la obra de Vicente Medina Tomás, muy interesado en dotar a las notas costumbristas de sus versos de seriedad, de veracidad en la expresión, de cierto naturalismo y siempre huyendo de la parodia en la que muchos costumbristas habían convertido la vida de los vecinos de la huerta murciana. Quizá la azarosa vida de este archenero influyó en el realismo desgarrado de algunos de sus versos. Su obra fue abundante y él mismo gastó sus dineros en publicarla pero Aires murcianos siempre será la que mejor reúna lo que él quiso construir con su poesía.
Herederos del modernismo serían toda una serie de autores de la primera mitad del XX. La literatura en Murcia se cultivaba en los primeros años del siglo en tertulias y en publicaciones periódicas, no tanto en obras literarias de gran calado compositivo. Los poetas Marín Baldo, Martí Ruiz-Funes son una buena representación el romanticismo, de otro calado son los literatos murcianos que optaron por salir de la provincia a Madrid, como los “baudelarianos” Puche, Bojart, García Porcel o Martínez Corbalán. Y en estos escritores, tan habituales en las tertulias a medianoche de la capital, las influencias van desde Machado o Darío a Azorín, poetas y escritores influídos por las vanguardias pero obligados también a subsitir con los encargos periodísticos.
Además de este modernismo coexiste la literatura popular, Frutos Rodríguez, Eduardo Flores, incluso troveros como Marín Martínez. Luis Orts fue novelista que se inspiró en la vida huertana y López Almagro se dedicaría también a la novela de costumbres. Conviven por lo tanto los aspectos costumbristas con las obras más románticas, algo que veremos en la pintura, la vida de provincias produce inevitablemente esa cohexistencia. Como también cohabita la literatura histórica, el ensayo y las obras antropológicas que no por ser ficticias no han de contarse dentro de la historia de la literatura murciana. Diaz Cassou, Ortega Pagán o Baquero son algunos de los nombres de estos murcianos dedicados a investigar en archivos y bibliotecas sacando a la luz desde la historia más académica a las noticias y notas más peculiares sobre costumbres y hechos de carácter antropológico. Alberto Sevilla sería un autor, a este respecto de la tradición, especialmente interesante con obras dedicadas al vocabulario popular.
Más cercano a una literatura más moderna, descrita a veces como revolucionaria, sería la obra del lorquino Joaquín Arderíus, obra que convierte el tema costumbrista más bien en realismo con conciencia social y política. Son los años treinta del XX y la literatura no puede ser ajena a la existencia misérrima en ciertas latitudes, donde lo costumbrista no es simple floklore divertido y animoso.
Tras la Guerra Civil algunos autores tratan de hacer una obra más comprometida si bien la censura pueda ser un obstáculo insalvable en ocasiones. Castillo Puche
Castillo Puche, Castillo Navarro, Salom, Andúgar o Sánchez Bautista son autores más relacionados con la realidad social en la que viven. Algunos de estos autores han estado fuera de la provincia y su visión literaria es novedosa. Los perros mueren en la calle, El niño de la flor en la boca, Denuncio por escrito son títulos que por sí solos evidencian la realidad de los años sesenta del XX, momento en que regiones como la murciana veían a muchos de sus ciudadanos emigrar dentro o fuera de la Península para poder mejor su vida. Y a la crítica social de estos años se sumará la poesía en estado puro, con autores como Carmen Conde a la cabeza, autora que por sí sola puede abarcar buena parte de la historia literaria murciana del pasado siglo.