Ciertamente el siglo XVIII no fue para Murcia, en el aspecto literario, el mejor de los momentos. Se considera época postbarroca bastante pobre en cuanto a producción creativa, no así en cuanto a impresión de obras ya que en el aspecto editorial el trabajo no faltó. Parece que la moral religiosa se impuso en cuestiones literarias, no solo por una edición continuada de sermonarios o literatura pía sino por una sequía considerable en el teatro, afectado por la censura moral del momento.
Fue la historia local lo único que mereció el aprecio de ciertos escritores, todos ellos clérigos, que se impusieron el deber de recopilar toda la historia regional y darla a conocer. Algunas de estas obras siguen siendo consideradas dentro de la disciplina histórica por los evidentes aportes que suponen. Cartagena de España Ilustrada, de Fray Leandro Soler, publicada alrededor de 1778, quiso ser un manual objetivo; Bastetania y Contestania del reino de Murcia fue el aporte del famoso Juan Lozano Santa, obra que tuvo su contestación en la de Pascual Salmerón en La antigua Carteia, Antigüedades de Cieza. Y no tan buena desde el punto de vista histórico sería Antigüedades y blasones de la ciudad de Lorca del franciscano Pedro Morote Pérez.
Justas, certámenes y fiestas poéticas son los acontecimientos que permitieron la pervivencia de cierta poesía local, pero se trata de obras que no tienen el aprecio de los estudiosos, por considerarlas de poca o ninguna calidad. El único aporte es la aparición de unos libros de relato que surgían a raíz de celebraciones locales, muchas veces municipales. Son textos en los que el elogio hacia la fiesta, la personalidad o el municipio quedan recargados y muestran una carencia de estética evidente. Un elogio al padre Baltasar de Pajarilla por parte del poeta Sebastián de Rueda Chillerón nos deja este tipo de versos: Todo el polvo por ti ya sacudido / a cuantos oculto estaba sepultado / descuadernadamente, renovado / con nuevo ser se mira lo que han sido.
Existieron también en el XVIII ejemplos de literatura de cordel pero se consideran ejemplos pobres donde se evidencia la decadencia que alcanzó también a este género popular. A pesar de este panorama algo triste para las letras murcianas se suele destacar algún ejemplo de novela diciochesca como Las aventuras de Juan Luis, publicada en 1781 por Diego Ventura y Lucas, considerada un intento algo vano de recuperar la literatura picaresca.
Se hace mención siempre de la conocida literatura dialectal, propia del siglo XIX, en este siglo XVIII a raíz de la puesta en valor del romance La barraca por parte de Diaz Cassou, que lo atribuye a este momento posterior al barroco. Se considera de este momento histórico porque, entre otros detalles, el poema se lamenta de la decisión del corregidor de Murcia de seguir con los planes de mejora urbanos y prohibir la proliferación de barracas en cauces y lugares poco saneados. Algunos estudiosos ven claramente en estos versos la creación culta del supuesto panocho (sobreabundancia de términos locales, masivo uso del apócope y continuado uso de palabras mal pronunciadas), una parodia de lenguaje dialectal propio de los habitantes de la huerta.
Pese al panorama desolador del XVIII literario murciano es el momento del nacimiento de la prensa en Murcia. La Gazeta de Murcia, Diario de Murcia, Correo Literario de Murcia o el Semanario Literario y Curioso, de 1786, de Cartagena son muestras de lo que podríamos llamar un nuevo soporte de lo literario.