Ubicación y cronología de los principales yacimientos
Las explotaciones mineras romanas de la Sierra de Cartagena y La Unión fueron un importante foco de atracción de población y generación de riqueza. Así, según Estrabón, geógrafo e historiador griego del siglo I d.C., "Polibio, al mencionar las minas de plata de Cartago Nova, dice que son muy grandes, que distan de la ciudad unos veinte estadios, que en ellas trabajan cuarenta mil obreros y que en su tiempo reportaban al pueblo romano veinticinco mil dracmas diarias".
Los vestigios de esta minería quedarían olvidados por el tiempo hasta que gracias al auge minero de los siglos XIX y XX se encontraron los restos de estos antiguos trabajos. Dos importantes enclaves muestran las principales labores romanas vinculadas a la minería: el Cerro del Sancti Spiritu para las excavaciones subterráneas y el Cabezo Rajao para los trabajos a cielo abierto (aunque este último también contó con minería subterránea). La extracción de minerales se centró en filones y capas de cierta envergadura, principalmente relacionados con la galena argentífera.
Existen cronológicamente dos etapas bien diferenciadas para las explotaciones romanas de la Sierra Minera: época republicana y periodo Augusteo. Durante la época republicana se dio una ocupación densa y bien comunicada de la vertiente sur de la sierra, destinada principalmente a la explotación de las minas. Los yacimientos encontrados quedan ubicados en terrazas naturales donde, al igual que en etapas anteriores, prima el control visual de los accesos al interior del territorio. Entre los asentamientos más destacados se encuentran aquellos que salpican la Rambla de la Crisoleja, Rambla del Infierno, Rambla de la Boltada, Barranco de los Chorrillos y área del Sancti Spiritu.
En la vertiente norte de la sierra los principales yacimientos de época republicana se encuentran en el conjunto del Cabezo Rajao y Cabezo Agudo, hallándose además edificaciones relacionadas con el almacenaje y la vivienda de los mineros. El segundo gran período para la explotación del mineral se daría en los siglos I y II d.C., durante el Imperio Romano. Esta etapa queda vinculada principalmente a las inmediaciones del Cabezo Rajao, donde se han localizado escoriales de supuestas fundiciones. Junto a las construcciones mineras también comienzan a aflorar asentamientos agropecuarios como la Villa del Paturro en Portmán.
El minero romano
Según los textos clásicos, en la sierra de Carthago Nova los mineros trabajaban bajo unas condiciones de seguridad y salubridad insuficientes, en palabras del historiador griego Diodoro "…bajo tierra en las galerías día y noche, van dejando la piel y muchos mueren por la excesiva rudeza de tal labor. Pues no tienen cese ni respiro en sus trabajos, sino que los capataces, a fuerza de golpes, los obligan a aguantar el rigor de sus males…" (Fontes Hispaniae Antiquae; fase. II, pág. 167).
Poco se conoce sobre la vida diaria de estos hombres. No obstante, en diferentes museos de la Región de Murcia (Museo Minero de La Unión, Museo Arqueológico de Portmán o Museo Arqueológico de Cartagena) se pueden encontrar algunos vestigios de su indumentaria y herramental de trabajo. Así, entre su vestuario destacan sandalias de esparto, bonetes de palmito, gorro cubre-espaldas de esparto o rodilleras. Mientras que las herramientas mejor conservadas son picos, martillos y cuñas de hierro, así como un acísculus o pico para labrar piedras y un malleus o mazo.
Principales técnicas de explotación minera
La minería romana necesitaba de una prospección previa para seleccionar los lugares donde posteriormente realizar las extracciones. En este sentido los trabajos que ya habían realizado sus antecesores supusieron un punto de partida para las explotaciones romanas. Además, según los historiadores clásicos también llevaban a cabo técnicas como la observación del color de la tierra para localizar los yacimientos de hierro, la escarcha en la vegetación, ya que no blanquea las zonas con minerales, las irregularidades de las hojas de los árboles ubicados sobre menas minerales y la observación del color de las aguas subterráneas ya que pueden transportar mineralizaciones.
Una vez decidida la zona en la que excavar se realizaban diferentes catas (pequeños pozos o galerías) para documentar la existencia de vetas apropiadas. Si el mineral afloraba muy cerca de la superficie se emprendían explotaciones a cielo abierto, realizando grandes tajos en el terreno o modestas trincheras. Uno de los ejemplos más significativos de esta técnica de explotación se encuentra en el Cabezo Rajao y su gran filón de galena argentífera.
Cuando el mineral quedaba a mayor profundidad se procedía a la realización de excavaciones subterráneas en pozos, galerías y anchurones. Algunos de los grandes pozos encontrados en el Sancti Spiritu o el Cabezo Rajao cuentan con unas dimensiones que superan los 3 metros de diámetro y los 130 de profundidad. Para extraer el mineral de las vetas se utilizaba generalmente herramental sencillo como picos, pico-martillos, mazas y cuñas. Además podían ayudarse también del fuego para resquebrajar y fracturar las rocas.
La elevación de mineral y la introducción de hombres en pozos o galerías se realizaban a través de tornos sencillos que subían y bajaban esportones de madera y esparto. Para el desagüe de las galerías subterráneas los romanos emplearon desde técnicas sencillas como los capazos de esparto o plomo, hasta verdaderos ingenios hidráulicos como norias, poleas con cangilones o bombas de Ctesibio. De los dos primeros se han encontrado vestigios en las excavaciones llevadas a cabo en el Cabezo Rajao, mientras que del tercero en una terrera antigua situada en el Barranco del Hoyo del Agua.