Originados principalmente por el abandono de ciertas actividades agrarias y por el aumento de la presión humana, los daños que originan, tanto económicos como ecológicos, y la pérdida de vidas humanas, han convertido la lucha contra los incendios forestales en una prioridad. Esta lucha requiere una actuación desde diferentes frentes y no puede quedarse en una simple, aunque importante, mejora de los medios de extinción. Abordar el problema exige ir a la raíz del mismo y combinar todo tipo de medidas: legislación, programas de conciliación, educación, etc. Entre estas últimas cobran especial relevancia las técnicas de prevención aplicadas en el bosque por su capacidad para dotar a éste de mecanismos propios de protección.
Los expertos en extinción de todo el mundo dejaron claro en la última conferencia internacional (Sevilla, 2007) el papel esencial de la gestión forestal como estrategia para la prevención, cuyo objetivo es disminuir la vulnerabilidad del bosque frente a los incendios mediante la aplicación de tratamientos superficiales, la creación de áreas cortafuegos y de embalses que faciliten la toma de agua por los helicópteros de extinción.
La selvicultura preventiva es el conjunto de técnicas que tienen la finalidad de conseguir bosques con menor grado de combustibilidad, es decir, con mayor resistencia a la propagación del fuego.