El domingo 30 de abril de 1802, a las tres de la tarde, las débiles compuertas de madera del pantano de Puentes cedieron por el ímpetu de las aguas represadas. En ese momento se iniciaba la que, aún hoy, es la mayor tragedia hídrica de la historia de España.
En poco menos de una hora las aguas, que arrastraban una gran cantidad de rocas y vigas de todos los tamaños, destrozaron, casi por completo, el barrio de San Cristóbal de Lorca dejando a su paso 608 muertos (aunque se estima que el número fue mayor ya que no se hallaron los cadáveres de algunos viajeros que se encontraban en las posadas), 1.800 casas arruinadas, 900 fanegas de tierra anegadas, más de 40.000 árboles arrancados y unas pérdidas materiales que se cifraron en 21.718.185 reales de vellón.
Un desastre anunciado
La rotura del pantano de Puentes fue la crónica de un desastre anunciado. Durante su construcción se habían observado varias deficiencias, pero Jerónimo de Lara y Antonio Robles-Vives, principales responsables de la obra, no hicieron caso a los informes negativos de algunos arquitectos e ingenieros que advertieron del peligro que conllevaba construir un pantano en una zona arenosa.