Rosales. Algezares
Rosales. Algezares
El naranjero de Algezares, obra de Eduardo Rosales Gallinas
El naranjero de Algezares, obra de Eduardo Rosales Gallinas

Eduardo Rosales, Madrid, 4 de noviembre de 1836 - 13 de noviembre de 1873.

Eduardo Rosales fue uno de los mejores pintores españoles del siglo XIX. Artista ecléctico  y dibujante prolífico. Madrileño de nacimiento, su vida fue breve pues murió a los 37 años. Hijo de Anselmo Rosales Rozas y Petra Gallinas Granmenster -que no estaban casados-. Vivió una infancia triste con gran escasez de recursos. Desde niño sufrió dolencias pulmonares. Fue precisamente por parte de su hermano Ramón, de quien recibió las primeras ayudas para hacer realidad su sueño de ser pintor.

Su madre falleció cuando Eduardo contaba apenas 16 años, y su padre, y la esposa legítima de éste, en 1855, tan solo tres años mas tarde. Fue recogido por Pepita Mestre.

Sus estudios los llevó a cabo en las Escuelas Pias de San Antón, en el Instituto de San Isidro, formándose en el Real Museo de Pintura y Escultura (hoy, Museo del Prado). En el año 1851 ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde fue alumno del insigne Federico Madrazo.

Gracias a amigos y compañeros, entre los que se contaban los pintores Vicente Palmaroli y Luis ­Álvarez Catalá, pudo viajar con ellos a Italia en 1857, pasando, entre otros lugares, por Burdeos y Nimes, donde le impresionaron cuadros históricos de Léon Cogniet y Paul Delaroche, antes de llegar a Roma, donde quedó fascinado por los grandes artistas del renacimiento. Allí sobrevivió con dificultades, hasta que obtuvo una pensión del Gobierno en 1860, que le permitió realizar sus primeras obras importantes. 

Impregnó sus cuadros con el nervio, la vivencia y la virilidad que hoy nos apasionan, nos admiran y nos obligan a amar su recuerdo y su presencia en cada pincelada.

Obras como Testamento de Isabel la Católica (1864), en el Museo del Prado, exponen la grandilocuencia de la escena tratada con minucia. Desde la exposición Nacional de Madrid, en 1864 sus trabajos comienzan a valorarse.

Casado con su prima Maximina, en 1868, con la que tuvo dos hijas, de las que solo sobrevivió una, Carlota. La mayor, Eloisa, podemos encontrarla en una de las obras de su padre, "Primeros pasos".

En 1869 regresa definitivamente de Roma y pone su estudio en Madrid. Las duras críticas que recibió su obra La muerte de Lucrecia (1871) lo desanimaron y no volvió a pintar cuadros de gran formato, a pesar de haber obtenido una primera medalla en la Exposición Nacional de 1871. Rosales siempre consideró La muerte de Lucrecia como su mejor obra. La modernidad de la obra no fue comprendida por sus contemporáneos.

Al morir su hija Eloísa, y buscando alivio a su enfermedad, vino en 1871 y 1872 a pasar dos de aquellos últimos inviernos de su vida a una casita situada junto al Santuario de la Fuensanta, en el municipio de Algezares.  Su dolencia no le impedía continuar pintando de modo que incorporó con gusto a su obra temas murcianos como la 'Venta de las Vacas', el 'Naranjero de Algezares', 'Campiña Murciana', 'El Huertano', 'Mendigo del País' o 'Sierra de la Fuensanta', incluso llegó a realizar algunos retratos como el de Antonio López Almagro o el de Salvador Marín Baldo, a partir de una fotografía.  

También en sus años finales elaboró grandes composiciones decorativas como las dos del palacio del marqués de Portugalete, hoy desaparecidas, o las pechinas para la iglesia madrileña de Santo Tomás, que representan a los cuatro evangelistas, que dejó inconclusas al fallecer prematuramente.

Cuando preparaba en Madrid su tercera estadía invernal en Algezares, falleció sin haber tomado posesión de su nombramiento como director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma.

Sus restos descansan en la Sacramental de San Justo y Pastor.

La obra de Eduardo Rosales es mucho mas carismática de lo que a simple vista puede parecer.

En 1922, fue inaugurada, en homenaje a este pintor, una gran estatua, esculpida por Mateo Inurria, en el paseo de Eduardo Rosales, en Madrid. En 1973, el Museo del Prado le dedicó la primera exposición antológica dedicada por esa importante institución a un pintor español del siglo XIX. 

 

Algunos años después, concretamente en agosto de 1888, sucedió el acontecimiento que da título a nuestra segunda historia anecdótica. Existía en esos momentos una gran actividad en un sector tradicional que todavía se mantenía fuerte, la extracción de yeso.  Por su parte, Francisco Pérez, almacenista en Portman,  había instalado en Algezares una fábrica de harinas. Pues bien, es muy posible que algunas denuncias 'de las que no hemos hallado noticia- fuesen el origen de la inspección, el caso es que se tomaron muestras de harina que sometidas a ensayos periciales por parte de las autoridades competentes, dieron entre un 6 y un 11% de yeso, al menos en las procedentes de Portmán donde mayor incidencia de fraude se halló, algo comprensible si se tiene en cuenta que allí  se conocía el yeso menos que en Algezares y éste podía ser más fácilmente camuflado.

Entrados ya en el siglo XX, la prensa destacaba un festejo celebrado en febrero de 1901 que había sido organizado por la Sociedad Ateneo Agrícola.  Se trataba de una fiesta de carnaval en el 'suntuoso y magnífico salón' , con la 'arrebatadora belleza de las muchachas', adornado con ondas lumínicas, confetis y amenizado por buena música y un derroche de alegría.  Las jóvenes vestían delicados disfraces florales, pero también había toreras, turcas, damas francesas de la corte del rey Sol, amazonas e incluso huertanas.  Sus apellidos no dejaban lugar a dudas sobre su origen y el lugar del evento: Ruíz, Alemán, Barceló, Meseguer...

La influencia socio-económica de algunas familias permanece en el tiempo y se las encuentra una y otra vez en todo tipo de ocasiones importantes.  Es el caso de otro festejo recogido por la prensa en el verano de 1924 con motivo de la fiesta-tómbola a beneficio de la iglesia parroquial.  La Región se volcó en aportaciones tanto económicas como en objetos, de mayor o menor valor, como: búcaros, joyeros, joyas, bandejas, esculturas..., que fueron llegando desde Alcantarilla, Beniaján, Espinardo o la propia Murcia.  Participó toda la élite social de la localidad e incluso personajes como Andrés Alemán Alemán, Juan de la Cierva e Isidoro de la Cierva, entre otros. Todo un éxito de organización y poder de convocatoria por parte del párroco.