El hecho más lamentable de toda la historia de la Cruz y de Caravaca fue el acaecido en la noche-madrugada del día 14 de febrero de 1934. Fue un robo sacrílego de carácter político-religioso que dejó consternada a la ciudad durante algunos años.
Era el miércoles de ceniza cuando, por la mañana, se descubrió el sagrario abierto y vacío sin la Reliquia, habiendo dejado los ladrones la caja-estuche del siglo XIV en donde se guardaba la Cruz. A las nueve de la mañana corrió la noticia y la tensión suscitada fue enorme.
Las diligencias y pesquisas judiciales y policiales no dieron resultado positivo. La ciudad perdió el pulso de su vitalidad, agravada la situación por la posterior guerra civil. Las implicaciones del tipo político y de alguna logia masónica nacional parecen claras. La Cruz es un símbolo de gran "garra" para una mentalidad esotérica por sus relaciones orientales y templarias. Era un símbolo apetecido por grupos de doctrinas esotéricas que pensaban rescatar la Reliquia de las manos de la Iglesia a la que ellos pensaban usurpadora de este gran emblema ancestral y poderoso en su significado. El valor material del estuche-relicario no era lo más apetecido.
La Nueva Reliquia
Después de la Guerra Civil, las dependencias del Castillo fueron usadas como cárcel de presos políticos hasta el año 41, quedando posteriormente todo el recinto en estado de abandono, cerrado y sin culto religioso. Se suscitó un deseo grande de conseguir una nueva reliquia. Las gestiones realizadas por el obispo de la Diócesis y varias personas más dieron como resultado que el Papa Pío XII concediese a Caravaca dos pequeñas astillas de "lignum crucis" de Santa Elena.
Se trata de la reliquia que la madre del emperador Constantino trajo de Jerusalén a Roma, en la primera mitad del siglo IV. La comunidad cristiana judía conservaba en su memoria el lugar primitivo y exacto del Calvario. En las excavaciones promovidas por la emperatriz, interesada grandemente por los santos lugares cristianos se encontró el "lignum crucis" que, traído a la capital del Imperio, se instaló en una nueva iglesia construida con el nombre de la "Santa Croce in Jerusalén". Allí se conserva actualmente el madero traído y de él se arrancaron las dos astillas que llegaron a Caravaca en el día 30 de abril de 1942.
En los dos días siguientes se improvisaron las fiestas, interrumpidas durante siete años, con la reanudación del Baño del agua en el templete-bañadero de las afueras de la ciudad. Ya se había confeccionado un nuevo estuche-relicario en donde se depositaron las dos astillas, pero la Reliquia permaneció durante tres años en la parroquia del Salvador, ya que el Santurio permanecía en estado de deterioro. Fue el 5 de mayo del 45, cuando la Cruz se subió a su templo del castillo, custodiado ya por la Orden de frailes claretianos.
Pedro Ballester Lorca