El Salado, a mediados de los años 50' del pasado siglo XX, formaba parte del conocido como Partido del Salado y Ricabacica y, sin duda, su topónimo se debe a la vegetación haelófila del lugar, propia de tierras ricas en sales, si bien hay que distinguir entre los ámbitos de tierras grises arcillosas y los paisajes con más vegetación, que son los cercanos a Ricabacica y Mahoya. No se tienen datos históricos detallados sobre el origen de este caserío, pero su cercanía al Llano de Sahués lo vincula, sin duda, a algunos episodios históricos importantes y, obviamente, a todo el devenir histórico de Abanilla.
Durante el proceso de Reconquista cristiana del territorio, Abanilla quedó ligada administrativamente a Orihuela y era en sus mercados donde sus manufacturas de enseres y alimentos se vendían. Observando los palmerales de El Salado, no cabe por menos que recordar uno de los manjares que los vecinos de Abanilla llevaban a Orihuela, el pan de dátil.
En 1281 Alfonso X concedía al noble aragonés Guillén de Rocafull el señorío de Abanilla, por haberle ayudado a aplacar la sublevación mudéjar, que se manifestó en parte del territorio murciano.
El siglo XIV supuso una disputa por las tierras de Abanilla entre Castilla y Aragón. En el año 1434 un descendiente de los Rocafull cedió Abanilla a la Orden de Calatrava. En 1501, los Reyes Católicos concederían el rango de villa a la aldea de Abanilla.
La expulsión de los moriscos, ordenada por Felipe II en 1613, supuso una crisis para el municipio, ya que su número era alto y su dedicación a la agricultura era un factor importante para la economía abanillera. El dominio de la Orden de Calatrava no vería su fin hasta 1855, cuando hubo de ceder este territorio durante las desamortizaciones del Estado. La extinción de los privilegios de la Orden de Calatrava contribuyó a que se repoblaran las tierras y volvieran a trabajarse de manera que los beneficios recayeran sobre la comarca. De mediados del siglo XIX son el Molino de Chirrín y las Almazaras, pequeñas industrias que contribuirían al desarrollo de la población con la manufactura de harina y aceite.
El Salado, como su nombre indica, es una pedanía de Abanilla que se encuentra en terrenos muy secos, con altas concentraciones de sal. Dos ramblas cruzan las tierras de El Salado, la de Balonga, al oeste, y la del Zurca, al este. El paisaje de esta pedanía, tan condicionado por una climatología con escasez de precipitaciones y altas temperaturas, está surcado por tierras desprovistas de especies arbóreas de gran porte a excepción de algunas palmeras diseminadas en las cercanías de la rambla del Zurca. En esta zona predomina la vegetación halófila, esto es, plantas adaptadas a los suelos salinos de las que un buen ejemplo son los tarais.
Podemos enumerar otras especies comunes en estos contornos como son los carrizos, juncos, adelfas, el esparto, el romero y las jaras.
En cuanto a la fauna existen especies de anfibios en las zonas encharcadas cercanas a la Rambla del Zurca como la rana común. También se pueden encontrar reptiles como algunas culebras y varias especies de salamanquesas y lagartijas. Los cielos de El Salado son surcados por pequeñas aves como abubillas, carboneros, mochuelos o de más envergadura como águilas o azores.
Las materias primas de la gastronomía abanillera aparecen como no podía ser menos en la cocina de El Salado. Cocina sencilla y a la vez rica y variada. La cercanía de El Salado a las zonas de la Huerta de Abanilla le permitió disfrutar de gran diversidad de elementos culinarios en sus fogones.
Junto a los platos tradicionales y comunes a todo el municipio, gachasmigas, tortilleras o el mismo arroz con conejo y caracoles se utilizan en abundancia las hortalizas y verduras de temporada tanto en hervidos, guisos, salteados, combinadas con legumbres o como guarniciones en preparaciones de carnes o pescados. Como ejemplos tenemos las acelgas fritas, las tortillas de habas o ajos tiernos, la col cocida, la olla gitana, etc.
Igualmente, las frutas típicas del municipio como los albaricoques, las peretas, los higos y los dátiles han sido muy apreciadas por estas gentes. Y, de igual forma, los exquisitos dulces abanilleros como el pan de higo, los rollos de naranja y las almojábanas.
El centro social de El Salado fue inaugurado en el año 2007. Está habilitado para ofrecer a los vecinos todo tipo de cursos, ya sean académicos o lúdicos, además de charlas o conferencias que puedan proyectarse con motivo de alguna celebración concreta.
La actividad económica tradicional en esta zona ha sido la agropecuaria teniendo durante muchos años en la industria del esparto su base productiva. No es un terreno muy propicio para el cultivo de muchas especies, así que la agricultura no fue tan importante aquí como en las cercanas Mahoya y Ricabacica donde las condiciones de agua y suelo eran más propicias. No obstante, podemos encontrar algunas pequeñas parcelas con cultivos de secano como el olivo, cuyas producciones se llevan hasta las almazaras que todavía perduran, como la próxima a Ricabacica, para su transformación en aceite de oliva.
Aunque no es de las pedanías menos habitadas del municipio de Abanilla, todos sus residentes no son nacidos aquí. En los últimos años estas tierras han atraído por su tranquilidad y su paisaje peculiar a mucha población foránea, muchos de ellos anglosajones que se han establecido en nuevas urbanizaciones de El Salado. La construcción ha tenido en este lugar, como en tantos otros, un cierto auge.
El Salado suele unirse al pueblo de Abanilla en sus celebraciones festivas, especialmente a la cercana villa de Mahoya. Sólo la zona norte de Salado Alto tiene unas pequeñas fiestas locales dedicadas a su patrona, la Virgen Inmaculada, un fin de semana lleno de música hasta altas horas de la noche, chocolatadas, migas ruleras y concursos de baile.
Las fiestas dedicadas a la Vera Cruz de Abanilla y los desfiles de Moros y Cristianos copan, por lo demás, la intensa vida festiva a la que los vecinos de El Salado suelen unirse, especialmente durante la ofrenda floral y procesión del Lignum Crucis en Mahoya.